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Un real desastre

Antonio Lorca

Tarde grande en la Maestranza. Cartel de "no hay billetes". Los tendidos, de bote en bote, cuajados de mujeres guapas. La ilusión de un nuevo año. La plaza, preciosa, floreciente con cada primavera. La Giralda, que se asoma por encima del tejadillo. Y Curro...Al tópico más florido añádasele una ganadería de toda la vida, de lujo, por supuesto, y dos compañeros de cartel que acompañen y no hagan sombra al Faraón.

Es una tradicional corrida en Sevilla, preñada de colorido, de amigos que se ven de año en año, y de apoteosis soñada. Y la ilusión dura lo que tardan los toreros en hacer el paseillo. Sale el toro, de lujo por supuesto, y como ocurre tradicionalmente, es descastado, inválido e impropio, siquiera, para el toreo moderno. Se descompone el tópico, y la realidad se presenta incómoda, oscura y fraudulenta.

Torrealta / Romero, Ponce, Rivera

Toros de Torrealta, justos de presentación, muy descastados e inválidos.Curro Romero: pinchazo, tres descabellos y el toro se echa (silencio); pinchazo y 16 descabellos (silencio). Enrique Ponce: pinchazo hondo y descabello (ovación); pinchazo y estocada (silencio). Rivera Ordóñez: tres pinchazos y estocada baja (silencio); tres pinchazos -aviso-, dos pinchazos, descabello y el toro se echa (silencio). Plaza de la Maestranza, 12 de abril. 1º corrida de abono. Lleno

La tradicional corrida del Domingo de Resurrección en Sevilla sólo mantuvo la expectación mientras estuvo en los carteles. Salió el primer toro, hizo caso de un capote, corrió como un meteoro hacia un burladero, se estrelló contra él, salió con el pitón izquierdo partido y ahí se acabó la ilusión. Curro, a quien correspondía el animal, puso la mala cara propia del caso, y a esperar ocasión más propicia. El toro se dejó en la madera el pitón y la vida, porque moribundo anduvo hasta que se echó delante de Curro antes de que éste montara el estoque. El torero intentó Justificarse, pero no había nada que demostrar. El cuarto fue mucho peor: un toro gordo, feo, que nació y murió como un marmolillo, sin un ápice de fuerza que llevarse a la boca. Y la cara de Curro era un poema de desprecio a un toro de lujo tan amado por él. Aquí no hubo intento ni con capote ni muleta, aunque sí un calvario con el descabello. Así las cosas, Romero se marchó inédito en la primera corrida de su temporada número 40. Aún le quedan seis toros en la feria con la esperanza de que la tradición se convierta en triunfal excepción.

Ponce y Rivera, jóvenes maduros en esto de las tradicionales corridas en Sevilla, también sufrieron la penitencia de sus exigencias. La tradicional y lujosa ganadería de Torrealta -primer fracaso Domecq- firmó una tarde de birria con toros inválidos y descastados a quienes las modernas figuras no le sacan más allá de cuatro pases. Y así, todavía, no se cortan las orejas.

A Enrique Ponce se le notan la madurez y su depurada técnica, pero ambas cualidades sólo fueron suficientes para arrancar tímidos aplausos. Sus dos toros eran tan modernos, tan inválidos, que un espectador culpaba a las banderillas; otro, al pienso que ya no es tan compuesto como antes; pero lo cierto y verdad es que eran dos marmolillos insufribles que no servían ni para bueyes. Ponce se lució con el capote en su primero en unas lentas verónicas de salida, y en un ajustadísimo quite por chicuelinas; con la muleta sólo pudo esbozar una tanda de bien ligados derechazos. Ahí se acabó Ponce, porque el toro se negó a embestir; y el quinto, sencillamente, no embistió, cansado de sí mismo desde que pisó el ruedo.

Rivera Ordóñez demostró que no ha perdido la valentía. Decisión, mucha; posibilidades, escasas; gestos, los suficientes. Y dos toros para el puesto de la carne. Su primero se le quedó en las zapatillas cuando lo recibió con el capote, y lo aguantó estoico como un jabato. El sexto se le echó antes de entrar a matar, y Rivera lo mató mal, como a su primero.

Una tradicional corrida de lujo; es decir, un real desastre de toros y toreros. La terna fue despedida con lluvia de almohadillas. El ganadero no apareció.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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