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Memorias de África

Emilio Menéndez del Valle

Como casi todo lo que le concierne, el recién finalizado periplo de Clinton por el continente negro ha sido espectacular. Ha tenido mucho de espectáculo, elefantes y paisajes de ensueño incluidos, pero es asimismo probable que logre un cierto impacto en y a propósito de África.Falta les hace a los 700 millones de personas que allí viven, la inmensa mayoría en la pobreza y muchos en la miseria, que el mundo rico les preste verdadera atención y no sólo dinero (cuando lo hace) y a cuyos intereses son incapaces de hacer frente. La visión idílica de hipopótamos y de danzas coloristas ante Clinton es respetable, entre otras cosas porque beneficia al turismo, fuente de ingresos... aunque, ¿para quiénes? Pero es también preciso hablar con cifras de una parte del planeta donde la riqueza, que la hay, está concentrada en escasas manos, muchas de ellas extranjeras. De entrada, esas cifras revelan la existencia de dos Áfricas. Hay una con un buen panorama macroeconómico, integrada por países como Uganda, Etiopía, Malaui, Botsuana, Costa de Marfil o Suráfrica. Algunos de ellos superaron en 1996 los dos dígitos en su crecimiento, aunque el más importante, Suráfrica, creció sólo el 3,3%, algo que no es considerado problemático dados sus recursos, tamaño y potencial.

Hay, empero, otra África donde el estancamiento económico, la guerra, la corrupción o la desintegración social hacen estragos. Son países como los de los Grandes Lagos, Kenia, Sierra Leona, Somalia, Sudán, los dos Congos y, sobre todo, Nigeria, el más poblado. Ejemplo este último de cómo una dictadura militar puede llevar al desastre socioeconómico a un país rico en petróleo, un país donde las multinacionales de Occidente están bien implantadas pero donde los habitantes que disponen de coche han de hacer cola durante tres días para obtener gasolina.

Si consideramos como un todo los 48 Estados que la componen, la media del PIB se halla en torno al 4%, lo que, en términos europeos, no está mal. Sin embargo, África necesita mucho más. Incluso si durante los próximos diez años sostuviera ese 4%, la renta per cápita sería todavía un 5% inferior a la que tenía en 1974. Signo inequívoco del caos al que el continente ha sido llevado por la incidencia simultánea o sucesiva de un conjunto de factores. Desde el pillaje interno y externo y la degradación ambiental hasta la explosión demográfica, los caprichos de la naturaleza (ausencia absoluta de lluvia o lluvias en demasía) o las amenazas a la salud individual o colectiva (sida, malaria).

Todo ello ha sido regularmente denunciado y avisado durante años por los distintos organismos especializados de Naciones Unidas. El aviso más reciente: numerosos países africanos han quedado retrasados en la última década. Sus economías han declinado y sus condiciones sociales empeorado significativamente (Informe UNCTAD 1997). Incluso el Banco Mundial, que algo tuvo que ver en las causas del caos, lo admite: la mayoría de los Estados del África subsahariana se hallan en peores condiciones de las que tenían cuando se independizaron (Informe 1997). ¿Qué decir de las inversiones extranjeras? Que corren parejas a la realidad descrita. Mejor dicho, que no corren. En 1996, toda la inversión foránea directa supuso 2.500 millones de dólares (y el 80% fue a Suráfrica), la misma cantidad que en el mismo año recibió sólo India.

Si Clinton desea contribuir al progreso de África, no puede hacerlo eliminando la ayuda al desarrollo (que supuestamente sería reemplazada por el comercio), filosofía que ha predicado en su viaje. Para que el comercio entre África y el mundo exterior beneficie a ambos ha de tener lugar entre socios, si no iguales, al menos no con la enorme inferioridad de condiciones en que se encuentran los Estados africanos. Antes, una ayuda externa bien gestionada debe atenuar el abismo. Según qué receta aplique, Clinton puede ser recordado como el presidente que inició el proceso para liquidar la dependencia o simplemente como un buen actor que con su magnetismo sobrevolara las paradisíacas, coloniales, plantaciones africanas. Como Robert Redford en Memorias de África.

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