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Reportaje:

"La poesía española se lo debe todo a la generación del 27"

Amelia Castilla

María Victoria Atencia y su esposo, el poeta y editor Rafael León, ya no acuden a las tertulias del momento, pero ejercen de abuelos con los jóvenes que, como Felipe Benítez Reyes, Alvaro García o Esther Morillas, pasan por su domicilio o acuden a las lecturas de versos que se realizan en su ciudad.Cuando tenía poco más de 20 años, Atencia coincidió, en los círculos literarios de la revista Caracola, con Vicente Aleixandre: "Venía a las lecturas que organizaba la revista e hizo suyos a todos los poetas jóvenes del momento. Era un hombre de una presencia impresionante, guapísimo y de ojos claros"; Jorge Guillén, "un gran señor", acabó instalándose en Málaga y tenía tertulia en su casa, y Dámaso Alonso "era un lector magnífico", dice. "Ellos sacaron adelante a los poetas jóvenes con su magisterio. Nos hemos formado en la generación del 27, cada uno según su tendencia".

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La poeta habla de esos años en que Málaga era uno de los puntos neurálgicos de la poesía con pasión, pero sin nostalgia. Se la tiene prohibida. Con esa prohibición acaba Las contemplaciones (Tusquets), el libro con el que ha ganado el Premio Nacional de la Crítica y al que ella, discretísima, considera "un paso a ciegas" en su carrera, aunque ahora ve que hacia adelante. Suele decir que de una taza no le interesan ni su asa ni su cuenco, sino la plenitud de vacío que le hace ser taza. Ése es el modo en que ella quiere mirar.

A los 67 años, María Victoria Atencia ha experimentado por primera vez la satisfación de ganar un premio. Ha formado parte de los jurados de casi todos los premios de España, pero nunca ha concurrido a ninguno de ellos. No sabe si por "pudor" o por temor a Ios ejercicios comparativos". "No me presenté cuando empezaba porque siempre he procurado mantener el sentido de la proporción. Más tarde me pareció que ya no era el momento para hacerlo en ningún sitio. Quizás ahora tenga que revisar aquella postura. Por otra parte, sentía mi poesía reconocida de otras maneras", asegura.

Esa manera serena y sosegada que caracteriza su poesía -"Cuando súbitamente te abandonen las formas, / se colme de vacío tu plenitud de hueco / y sientas su propuesta de abandono acecharte, / apuesta por la vida y añade a su grandeza / la levedad, al menos, de un junquillo de marzo"-, parece haber acompañado la vida de esta deslumbrante mujer. Un retrato de la poeta con algunos años menos, juegos de té de plata reluciente en dos vitrinas de madera tallada y una colección de quinqués presiden la sala donde Atencia recibe, con un moño y un poco de carmín rojo en los labios, a las visitas.

Fue una de las primeras mujeres piloto de España, aunque no llegó a ejercer la aviación comercial; estudió piano y pintura; ha publicado 18 libros y pasa por ser una excelente repostera, pero ella no vive pendiente del tiempo exterior, sino del mundo interior de las personas con las que se reúne y de su marido. Su modelo poético es San Juan de la Cruz, "quizás la más alta cima de la poesía en nuestra lengua. Pero también Góngora y algunos poemas de Quevedo. Y Manrique y el cancionero tradicional. Pero mi relación sería demasiado coincidente con la de la mayoría de los lectores: Shakespeare, la Biblia, Dante, Hopkins, Rilke, Elliot, Montale... A veces, sin embargo, abres al azar un libro sin propósito de leerlo y encuentras un verso aislado que puede conmoverte por su precisión verbal: la imagen de 'dos palomas que se abrochan".

Nunca ha querido moverse de Málaga, la ciudad donde nació y donde ha vivido siempre. Allí crecieron también sus cuatro hijos y su nieta. El hecho de vivir en una ciudad media le concede una marginación que ella disfruta como una independencia. En el paseo de la Farola, el paseo que acaba delante del faro del puerto, se siente ajena a los enfrentamientos entre las distintas tendencias poéticas. "De Baudelaire no me importa si bebía, o de Cernuda en quién pensaba, o si Dante era güelfo o gibelino. No puedo juzgar los modos de búsqueda, porque los respeto aunque no los comparta. Me importan los frutos, su fruta en sazón. Desde mi distanciamiento en mi ciudad, todo eso carece de sentido".

María Victoria Atencia escribe a mano sus poemas, y su marido los pone en el ordenador. "Escribo muy poco. O escribo mucho y borro más. Muy de tarde en tarde, con lo que voy conservando, formo un libro cuando me persuado de que estos poemas se apoyan los unos en los otros y a su vez les dan profundidad y sentido", comenta. Nunca, ni cuando sus hijos eran más pequeños, pensó en tirar la toalla. "La poesía es un don muy especial. Ellos, que son humanos, lo que han hecho es enriquecerme, no quitarme espacio".

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