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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La vuelta de Clinton

AUNQUE QUEDEN flecos legales en el culebrón de escándalos sexuales de los últimos meses, Bill Clinton emerge como claro vencedor político después de que la juez Wright, de Little Rock, dictaminara que Paula Jones no tiene pruebas suficientes de acoso sexual contra el hoy presidente. Éste ha demostrado que quizá no es un gran estadista, pero que tiene lo que ha de tener un político profesional: estómago y capacidad para conectar con su pueblo. Hoy se encuentra en la cima de su popularidad, y tras él arrastra a su partido, el demócrata, que, si se mantiene en el actual nivel de aceptación, podría recuperar la mayoría de la Cámara de Representantes en las elecciones de noviembre próximo. Con lo que, paradójicamente, podrían enriquecerse políticamente los dos últimos años del segundo mandato de Clinton.Si el Tribunal Supremo sentó el principio de que el presidente no está por encima de la ley, ni siquiera frente a acusaciones como la de Jones, la juez Wright ha demostrado que hasta el presidente puede esperar imparcialidad de la justicia. Ha sido una magistrada, particularmente sensible a asuntos de acoso sexual y que no oculta sus simpatías por los republicanos, la que ha exonerado al presidente demócrata. Todo un ejemplo. Incluso en los peores momentos del caso Lewinsky, ha quedado desmentido ese estereotipo que presenta a los estadounidenses como un colectivo de Torquemadas puritanos. Las encuestas indican que dos de cada tres ciudadanos no están interesados en la vida privada de su presidente, siempre y cuando haga un buen trabajo en la Casa Blanca; y en estos momentos, la economía va bien.

En cuanto a Kenneth Starr, el fiscal especial, ha abusado de los poderes de una figura creada para indagar en el caso Watergate y de los permisos que le concedió la fiscal general, Janet Reno, para que husmeara en la presunta relación sexual entre el presidente y Lewinsky. Starr, movido por oscuros impulsos, se ha perdido por caminos extraños, intentando averiguar, por ejemplo, con qué periodistas hablaban los responsables de comunicación de la Casa Blanca. Su último, despropósito ha sido la investigación que ha abierto sobre los libros que compra Monica Lewinsky. Starr, que lleva cuatro años indagando todo tipo de presuntas irregularidades cometidas por los Clinton, está ahora sometido a fuertes presiones para que cierre de una vez el caso Lewinsky.

Los medios de comunicación más prestigiosos de EE UU ya se hicieron una severa autocrítica a los pocos días de entrar en escena, la ex becaria de la Casa Blanca. Llevados por el síndrome del Watergate y por la feroz competencia de estos tiempos de noticias continuas en la televisión e Internet, casi todos dieron como hechos verificados lo que no eran más que rumores o alegaciones sin pruebas. Pero el grueso de ellos ha mantenido en las últimas semanas una actitud más profesional, siempre desde la valoración de que la mera posibilidad de que el presidente de EE UU, el hombre más poderoso del mundo, pudiera ser procesado e incluso destituido era una noticia relevante. Para sus lectores y para todos los habitantes del planeta.

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