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La derecha y la corrupción

Josep Ramoneda

La derecha europea no acostumbra a alardear de comportamientos éticos. La derecha europea sabe de lo sensible que el espíritu es a las tentaciones del dinero. Y prefiere no jurar por nadie, ni siquiera por ella misma. La derecha española formada en el nacionalcatolicismo no ha superado las tentaciones moralizantes, ni siquiera después de haber verificado los catastróficos efectos que tuvo para la reputación de los socialistas haberse presentado como ejemplo de virtudes y garantía de todas las bondades.La derecha española consiguió vencer al PSOE sobre la base de poner el dedo en la llaga de la corrupción socialista. De tanto señalar acabaron afirmando que su dedo era incorruptible, como si haber denunciado las miserias de los demás fuera garantía de probidad eterna en el comportamiento propio. Tan cínica era la falacia que convertía a los denunciadores en beatos a la espera de la santificación -en el poder, que por aquellos tiempos la confederación española de derechas autónomas que, de Mallorca a Cantabria, de Galicia a Valencia, había ido construyendo el PP en su viaje hacia el poder había sembrado ya la semilla de la corrupción en los cuatro puntos cardinales. Aznar iba predicando y prometiendo que ellos nunca harían como los socialistas, que serían el Gobierno más limpio jamás contado, cuando el clientelismo como práctica de sus poderes locales o autonómicos llevaba ya tiempo trazando el mapa de las corruptelas de la derecha. La derecha europea sabe que no puede, proponer virtud porque no hay compañía dispuesta a asegurarla ni universidad que otorgue certificados de garantía. Pero la derecha española necesitaba superar su complejo de inferioridad y afirmar que ellos también podían ser símbolo de honestidades. No se habían dado cuenta de que los complejos los había borrado de un plumazo el PSOE comportándose como una derecha, cualquiera.

La derecha europea sabe que en materia de corrupción juega con ventaja respecto a la izquierda. No sólo porque trafica mejor, sino porque el electorado en buena medida da su corrupción por descontada. La izquierda heredera del discurso de la emancipación está obligada a predicar con el ejemplo. La derecha se supone que está del lado del dinero: su corrupción ofende menos. Pero la derecha española ha querido emular a la izquierda en la defensa verbal de la virtud, con lo cual, tarde o temprano, tendrá que pagar su osadía.

De momento, la derecha tiene todavía la protección de las sombras de la corrupción del Gobierno socialista. Casos como el de Roldán no se difuminan en unos años ni se emulan en pocos meses. Pero el PP lleva ya mucho trabajo hecho. Cuando los socialistas llegaron al poder empezaron prácticamente de cero. Todo era nuevo, incluso la corrupción, que por algo tuvo este tufo hortera que tiene lo que viene de recién llegados y nuevos ricos. Cuando el PP llegó al poder, la corrupción había tenido ya tiempo de crecer en sus feudos de poder local: un fermento que está dando frutos por toda la piel de toro. Aunque la sombra del pasado y el privilegio de comprensión del que la derecha goza garanticen que la completa explosión tardará en llegar, hay motivos suficientes para que al moralista Aznar, cuyos viejos territorios de Castilla y León no son precisamente modelo de virtudes, se le suban los colores.

¿Cómo está reaccionando el PP? Echando las culpas a la oposición; aplazando la asunción de responsabilidades a lo que decidan las instancias judiciales (haciendo suya la doctrina que tanto criticaron cuando la defendía el PSOE); creando comisiones internas que no sirven para esclarecer, sino para ganar tiempo, y minimizando los casos, conforme a la doctrina de que el tiempo es oro (versión castiza: del hoy no toca, de inconfundible parternidad pujolista), acuñada por José María Aznar, que siempre considera que está perdiendo su precioso tiempo cuando le preguntan sobre cosas que ensombrecen el florido jardín de la España que va bien. Lo que sí estamos aprendiendo es el poder de cada cual: Tomey, asentado sobre una sólida trama de intereses, resiste en Guadalajara; a Cartagena se le hace dimitir en Valencia.

Si de verdad se quiere luchar contra la corrupción sólo hay dos soluciones: predicar menos y controlar y dejarse controlar más, que para eso están los mecanismos democráticos. La vanidad del virtuoso no conjura la corrupción, es su mejor caldo de cultivo.

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