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Reportaje:

El rigor invade Europa

El marco presupuestario de la UE para el periodo 2000-2006 es menos ambicioso y redistributivo que el anterior

El marco presupuestario plurianual 2000-2006 para la Unión Europea (UE) propuesto el miércoles por la Comisión, aún dentro del continuismo respecto al presupuesto Delors-2 (1993-1999), incrementa la austeridad y resulta ligeramente menos orientado hacia la redistribución. Los gastos agrícolas Crecen un 14,1% en el septenio, mientras que los de la política estructural o de solidaridad interna decrecen un 16,8%. Es un símbolo del rigor impuesto por el euro en las cuentas comunitarias y de la ruptura del crecimiento del gasto en cohesión que carecterizó la etapa de Jacques Delors.¿Estamos ante unas perspectivas financieras expansivas o contractivas? En apariencia, ligeramente expansivas, porque el gasto total aumenta en el período un 36%, desde el compromiso de gastos por 101.530 millones de euros (16,95 billones de pesetas) en el 2000 hasta los 105.230 (17,57 billones de pesetas) en el 2006. Pero el gasto crecerá en todo caso menos que el producto interior bruto (PIB). Toda la programación se ha realizado sobre la base de que la economía de los Quince crecerá un 2,5% anual acumulativo durante el septenio.

De modo que ni siquiera se trata de un presupuesto caracterizado por el statu-quo, sino por un suave sesgo contractivo. Se explica por las hipotecas de la política de convergencia y estabilidad que exige la moneda única.

Y así, Bruselas pretende cuadrar el círculo o, como sostiene España, multiplicar milagrosamente los panes y los peces. Es decir, con el mismo o menor esfuerzo de ingresos mantener, algo rebajada, la política estructural o de cohesión interna de los Quince, y afrontar al mismo tiempo los primeros gastos de la ampliación hacia el Este, que debería iniciarse más o menos a mitad del período.

Porque ese es el gran objetivo de la Agenda 2000: demostrar que se puede asumir la ampliación a los nuevos socios comunitarios -todos ellos serán beneficiarios netos del presupuesto europeo porque su renta por habitante es mucho más baja que la media comunitaria- sin que los actuales socios tengan que aumentar sus aportaciones.

Este principio, el rigor, se ha convertido en la sacrosanta e intocable piedra de toque del marco presupuestario. Pero los países ricos todavía pretenderán recortar más los gastos para aligerar sus contribuciones, lo que esperan lograr durante la discusión de los próximos meses en el Consejo de Ministros. El principio se traduce en el marco presupuestario manteniendo el techo máximo de recursos propios (ingresos) al mismo nivel teórico que el de su predecesor, 1 presupuesto Derlors-2, en el 1,27% el PIB comunitario. Ese es también límite máximo ara los gastos, ero hasta ahora ahora ha sido apuado.

A diferencia del anterior período, en que el porcentaje de recursos propios iba creciendo cada año acercándose al límite del 1,27%, en el presupuesto ahora en discusión, aunque se mantiene teóricamente ese techo, en la práctica se va reduciendo su aplicación ejercicio tras ejercicio: del 1,24% en los dos primeros años se rebaja hasta el 1, 13% en el 2006. E incluso puede quedar por debajo si se tiene en Cuenta que las previsiones para el capítulo agrícola no son objetivos sino techos de gasto. Las abundantísimas reservas previstas pueden quedar en buena parte sin ser utilizadas. Y eso afecta a cifras enormes, más de seis billones de pesetas entre el 2000 y el 2006.

Más discutible aún -pero menos discutido en público- resulta el reparto interno del gasto. Las dos grandes partidas siguen siendo la Política Agrícola Común (PAC) y la estructural. Pues bien, los gastos de la PAC aumentan suavemente año tras año. Los 46.050 millones de euros iniciales se convierten en 51.610 millones a final del septenio, lo que supone un incremento del 12% a lo largo del período.

Contrariamente, la política estructural -en favor de las regiones de menor renta, en declive industrial, con más paro- se adelgaza desde los 36.640 millones de euros iniciales hasta los 32.470 millones finales, un recorte del 11,4% en el período.

Es ese diferente signo de los gastos agrícolas crecientes y los estructurales decrecientes lo que colorea el marco presupuestario plurianual de un tornasol regresivo en cuanto a la redistribución. ¿Por qué? Porque la PAC es una política que beneficia solamente a un 5% o un 6% de la población europea, y sobre todo, porque aproximadamente el 20% de los agricultores -precisamente los de renta más elevada- absorben en tomo al 80% de las subvenciones. La PAC pasa de representar un 45,3% del gasto comunitario en el 2000 a un 49% en el 2006. En ese mismo periodo, la política estructural se desliza desde un 36,1% a un 30,8%.

La pérdida del efecto redistributivo no se para ahí. La PAC no sólo es menos redistributiva porque sus ayudas se concentran en una franja menor de la población. Esa franja salpica toda la geografía comunitaria. Mientras que los fondos estructurales se concentran en las regiones más pobres de la Unión o en aquellas de renta alta que tienen problemas de declive industrial o de paro. Para esa población menos favorecida había mas dinero comunitario en tiempos de Delors. Había más dinero con la conservadora Thatcher y el socialista González que con el laborista Blair y el conservador Aznar.

El prespuesto Santer quiebra así la dinámica rupturista entronizada por Jacques Delors. En 1970, la Comunidad era, presupuestariamente, poco más que un monocultivo agrario: la PAC absorbía el 91,8% del gasto total. En 1979, todavía se llevaba el 73%, mientras que la política estructural suponía el 10,6% del total. Bajo el doble mandato delorsiano (de 1988 a 1992 y de 1993 a 1999), el gasto agrícola descendió al 46,8% del total, y el estructural ascendió al 39,02%, gracias, sobre todo, a la duplicación de los fondos estructurales y ala dotación del Fondo de Cohesión en la célebre cumbre de Edimburgo de 1992.

Cierto que las circunstancias son distintas. Cuando se diseñó el último de esos presupuestos era época de más vacas gordas y los nuevos socios del Sur presionaban, con Felipe González al frente. Alemania aún se sentía entonces obligada a ser generosa con sus socios por su apoyo a la reunificación del país. Pero el gigante alemán parece hoy agotado por los esfuerzos de su integración interna y decidido a ahorrar en Europa todo lo posible. Ahora impera la biblia de la austeridad, aunqu e también presionan otros probables socios Pobres. La época es distinta. También el nivel de audacia.

Es un cambio de opciones políticas aparentemente sutil, pero con un marcado sesgo conservador y nacionalista. En Edimburgo, los Doce de entonces llegaron a un equilibrio entre las prioridades del Norte y las del Sur. Un equilibrio basado en tres grandes patas: consolidar el mercado interior, sacralizar la cohesión social europea y lanzar la moneda única. En la actual Unión a Quince, más orientada hacia el norte desde la ampliación a Austria, Suecia y Finlandia y por lo tanto más preocupada por el control del gasto que por la solidanidad interna, la única prioridad es consolidar las cuentas públicas y reducir las aportaciones nacionales al presupuesto común para lograr que el. objetivo político a la vista, la ampliación al Este, salga gratis a los Quince y no afecte a la fortaleza del euro.

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