Clinton y la vieja lucha del Sur frente al Norte
Los europeos cometen un grave error al interpretar las críticas de la comisión asesora independiente de Kenneth Starr a la vida sexual del presidente Clinton como un ejemplo risible del puritanismo de EE UU. Somos, en efecto, una nación con ciertas raíces puritanas, pero en este caso, el cliché es tan relevante como sacar a relucir las corridas de toros o el flamenco cada vez que en España surge una crisis política.Los estadounidenses hablamos como si fuéramos una nación de grupos étnicos y de géneros (gay, feministas, negros); la otra versión que tenemos de nosotros es la de que somos un meltíng pot de inmigrantes. Esto pasa por alto que la batalla más traumática y sangrienta de EE UU fue regional: la guerra civil se libró en parte por ideología -la necesidad de abolir la esclavitud- y en parte por economía. Las plantaciones de algodón del Sur tenían unas necesidades económicas diferentes de las de la industria del Norte. Vale, los ciudadanos del Norte ganamos la guerra civil y dejamos al Sur en ruinas en todos los sentidos. Para ser una ciudadana del Norte tengo un sentido bastante pronunciado del lugar: vivo en Manhattan, a diez minutos de donde vivieron mis abuelos hace 100 años y en el mismo apartamento en que vivieron mis padres hace 70 años, pero cuando era pequeña pasaba los veranos en el Sur, en Carolina del Norte, y allí vi un nivel de pobreza que jamás imaginé que fuera posible.
Niñas de mi edad que no tenían dientes ni alimentos, que traían hijos al mundo a los 12 años y que vivían en chozas con las paredes hechas con la revista Life y sin electricidad. Vi las cadenas de presos y acudí a sus reuniones religiosas, a los servicios de sus iglesias. Mucho después, durante las luchas por los derechos civiles en las que participó mi marido, estuve viviendo en Tejas.
No digo que el odio del Sur hacia Washington y la presidencia (que simboliza el Norte) esté justificado, pero sí afirmo que es hondo y profundo. Aunque el panorama ha cambiado, el Sur y el Norte siguen manteniendo una feroz competencia económica. El presidente Franklin Delano Roosevelt fue capaz de mantener a raya al ala derecha sureña del Partido Demócrata evitando la cuestión de los derechos civiles (integración de los negros en las escuelas ... ) y echando al Sur unos cuantos huesos; los sureños de aquella época tampoco tenían otra cosa aparte del Partido Demócrata. El Partido Republicano seguía siendo anatema (Abraham Lincoln, el presidente antiesclavista durante la guerra civil había sido un republicano decimonónico).
El Viejo Sur perdió la sangrienta batalla sobre los derechos civiles; en la década de 1960, el Gobierno, apoyado por las tropas federales, impuso la integración en el Sur y empezó a emerger el nuevo Sur industrial. Cuando, hace unos años, Newt Gingrich infligió a EE UU su efímero "Contrato con América", el voto del cinturón bíblico del Sur había girado hacia el Partido Republicano y había ganado influencia en su seno.
Washington está hoy dominado por las mismas tácticas del Sur que consiguieron hace unos años desbaratar el país paralizando al Gobierno durante meses. Al perseguir al presidente basándose en triviales cuestiones sexuales, Starr, que también representa los intereses del tabaco, ha paralizado prácticamente la Administración. Es una especie de nueva forma de filibusterismo. (Irónicamente, la Casa Blanca solicitó los servicios de Monica Lewinsky y de otros interinos cuando la mano de obra escaseaba durante el periodo de parálisis del Gobierno). Starr es el protegido de Jessy Helms, el jefe del Foreing Relations Committee y el representante por excelencia del pensamiento más reaccionarío del Sur. A esto hay que añadir que los republicanos echaron al antecesor de Starr por considerarlo demasiado poco agresivo.
Pese a que los europeos pueden entender la existencia de estudiantes izquierdistas dispuestos a destruir al Gobierno norteamericano, les cuesta mucho pensar que haya grupos en la sociedad sureña que aún prefieran la bandera de la confederación a la bandera de EE UU.
El bloque derechista del Sur quiere que la derecha odie a Washington, que lo destruya y que a la vez lo domine. El Tribunal Supremo estuvo totalmente fuera de lugar al permitir que el juicio por acoso sexual a Paula Jones se celebrase cuando el presidente todavía ejercía su cargo; no proteger al presidente contra acusaciones fórmuladas por personas de dudosa credibilidad, entre cuyos estrafalarios motivos se encuentran toda clase de peticiones -desde un puesto de embajadora (Katherine Wiley, que ni siquiera había ido a la universidad), pasando por un trabajo en Hollywood (Paula), hasta los importantes contratos por sus libros de Linda Tripp; bueno, todas quieren importantes contratos por sus libros-, es lo mismo que si el servicio secreto no protegiese al presidente contra la bala de un loco asesino.
La humillación que Starr ha causado al presidente, el hecho de que le haya obligado sádicamente a responder a gráficas preguntas de carácter pornográfico relativas a su comportamiento íntimo y a su anatomía íntima carece de precedentes en EE UU. Los ciudadanos contemplan la vida de Washington como sí la capital fuese un país aparte, beligerante y desmelenado, completamente desconectado de la atmósfera relativamente pacífica y del apogeo económico del resto del país. La mayoría no apoya permanentemente a uno de los partidos. Los grandes centros urbanos -Nueva York y Los Ángeles- siguen apoyando a Clinton porque el tipo de legislatura que necesitan para sobrevivir y para ser cada vez más poderosos no procederá del bloque del Sur. La investigación de Starr ha costado a la opinión pública unos 40 millones de dólares. Clinton se encuentra personalmente con un agujero de millones de dólares en. costas legales. Ninguno de los candidatos buenos de ningún partido quiere ir ya a Washington, donde no se hace nada y hay demasiada responsabilidad personal.
Según la prensa del lunes, los republicanos han ganado el control completo del voto del Sur. Esto significa que las guerras internas ideológicas y regionales de los republicanos serán más feroces (muchos republicanos liberales han solicitado que acabe la descontrolada investigación de Starr). En cuanto a Clinton, se verá acosado, de una u otra forma, hasta que termine su mandato, y es posible que después, mediante pleitos civiles. Por el momento, la popularidad del presidente es más fuerte que nunca.
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