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Choque de trenes nacionalistas

Josep Ramoneda

La fracasada reunión del Pacto de Ajuria Enea del pasado martes tiene por lo menos la virtud de haber contribuido a clarificar posiciones. A partir de ahora, cuando ETA vuelva a matar no hará falta que los partidos políticos se tomen la molestia de hacer promesas de unidad y juramentos sobre el carácter absolutamente prioritario de la lucha contra el terrorismo. Si alguna quedaba, desde el martes está claro que la unidad es ficticia, pura retórica para halagar los oídos de la ciudadanía; y que la prioridad es falsa desde el momento en que se ha decidido aplazar la discusión del plan Ardanza hasta después de las elecciones. Los partidos políticos, y muy especialmente el PP y el PNV, utilizan la lucha antiterrorista para sus estrategias electorales. Desengáñense aquellos que todavía puedan creer que la lucha antiterrorista es un espacio al margen de las querellas partidarias.Un hecho está claro: la colaboración de los partidos democráticos contra ETA se ha degradado considerablemente en el último año, más concretamente, desde las movilizaciones de Ermua. Y se ha degradado porque se ha producido el choque entre dos trenes cargados de nacionalismo. El Gobierno del PP hizo una peligrosa lectura de la reacción ciudadana contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco: la quiso interpretar como el nacimiento de una nueva mayoría. A alguno se le escapó la expresión renacionalización del País Vasco. El PNV vio la amenaza y preparó el contraataque. Es realmente curioso que PP y PNV en dos años de legislatura se hayan puesto de acuerdo en casi todo menos en política antiterrorista. Da la impresión de que este terreno ha quedado como espacio libre en el que disputarse los votos.

Y en estas aparece el plan que Ardanza ha depositado a modo de testamento. Los eufemismos que pueblan el documento de Ardanza no son suficientes para disimular la cuestión fundamental: es una propuesta en clave nacionalista vasca. Difícilmente pueden aceptar PP y PSOE (con amplia representación electoral en Euskadi) que para hacer posible el final de ETA tenga que dibujarse un marco legal en Euskadi que corresponda al diseño del nacionalismo vasco y que esté más cerca de las pretensiones de ETA que de sus propias posiciones. Los deseos de la ciudadanía de que acabe de una vez la pesadilla terrorista no deben servir de coartada para obligar a los partidos de ámbito español a aceptar, bajo el eufemístico nombre de "incentivos políticos", concesiones que conviertan el final de ETA en una victoria. Los efectos desestabilizadores de una conclusión de este tipo son perfectamente imaginables. Todos los esfuerzos son pocos para salvar una sola vida. La ciudadanía está dispuesta a aceptar lo que sea con tal de que acabe la violencia. Pero si el Estado de derecho significa algo, su diseño no se puede ofrecer a libre negociación porque una banda terrorista disponga de un apoyo social del l5% de votos. No tengo ningún prejuicio contra el ejercicio de autodeterminación en el País Vasco, pero sólo podría ser aceptable como fruto de un acuerdo entre los partidos, nunca por chantaje de ETA.

La realidad de los hechos es que la política antiterrorista del PP que enseguida ha encontrado la reacción especular del PNV va camino de provocar la ruptura política en Euskadi. Sería extremadamente peligroso que se consolidara una división de la comunidad vasca en dos: los nacionalistas vascos a un lado, los nacionalistas españoles, en el otro. Si en el origen inmediato esta derivación del problema puede atribuirse a la peligrosa política de reconquista de Euskadi fantaseada por el PP, entre sus causas estructurales está un nacionalismo, el vasco, que ha sido siempre excluyente, que ha considerado a los que llegaron allí desde otras tierras como extraños.

Los mejores momentos del Pacto de Ajuria Enea fueron aquellos en que se combinaron las políticas para aislar y reducir al mundo de ETA con estrategias generosas con las personas pero intransigentes con la organización terrorista. La colaboración de Francia hizo pensar que se podía debilitar ETA hasta el punto de que entrara en un proceso de irreversible marginación. Hubo demasiados intereses en contra de esta hipótesis. Y ahora el choque de trenes nacionalistas ha convertido el lado de los demócratas en un volcán. La lucha partidaria debería tener límites: los de la razón democrática.

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