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Clinton, elevado al cubo

Soledad Gallego-Díaz

El año que viene la Unión Europea pondrá en marcha una política monetaria común para 11 países, discutirá acercamientos en materia de política económica, reformará la política agrícola, los fondos estructurales y los de cohesión, negociará las líneas maestras presupuestarias y marcará el ritmo de negociación para la adhesión de cinco países de la Europa del Este, amén de hacer frente a eventuales crisis en Oriente Próximo y en los Balcanes. Es decir, tornará, por acción u omisión, decisiones que afectarán de manera importante a la vida y al futuro de 372 millones de ciudadanos (entre ellos, casi 40 millones de españoles) ¿Quienes son los políticos que van a hacer todo esto?El núcleo básico de la UE está integrado por Alemania, Francia, Reino Unido e Italia. (El llamado eje Paris-Bonn-Madrid del que se habló en épocas pasadas está muerto y enterrado). Si no sucede una catástrofe, ya sabemos quien representará a tres de esos cuatro países: el socialista Lionel Jospin; el new-labour Tony Blair y Romano Prodi, al frente de una coalición de centro-izquierda. La única duda reside, precisamente, en el país cuya posición suele ser más determinante en temas europeos, Alemania.

La interrogante se mantendrá hasta el próximo septiembre, en que se celebrarán elecciones. Existe la posibilidad de que el Partido Socialdemócrata, que lleva 16 años alejado del poder, recobre la cancillería de la mano de Gerhard Schröder. Si fuera así, y el democristiano Helmut Kohl perdiera los comicios, el núcleo del Consejo Europeo estaría dominado, por primera vez en décadas, por representantes de partidos de izquierda moderada.

El problema es que esto, desde el punto de vista de Europa, no quiere decir, hoy por hoy, absolutamente nada. Por supuesto que los cuatro se declaran europeístas y dlispuestos a conservar el legado de Maastricht (especialmente, el euro, cuyo nacimiento nadie pone en duda). Pero es difícil creer que compartan una idea común de Europa. Sobre todo, es difícil creer que compartan la idea de que la solución para buena parte de los problemas con que se enfrentan sus países reside en la ampliación y profundización del proceso de construcción de la unidad europea. Salvo Prodi -y el conjunto de los políticos italianos, que le acompañan en la coalición, a los que España debería prestar mayor atención- parece más bien que la mayoría de ellos está absorta en sus problemas nacionales y no tiene la menor intención de alentar en los próximos años un nuevo empuje europeísta.

Es más fácil oír hablar a Blair y a Schröder de su admiración por Bill Clinton -con quien comparten una extraordinaria habilidad ante las cámaras de televisión y una determinada visión política, aunque sea difícil de determinar cuál es, por lo difuminada- que del proyecto europeo. Blair entronca cada día más con la historia de su país y Schröder, según sus nuevos biógrafos, con una línea ideólogica cuya principal preocupación es la fortaleza industrial alemana (de la que se le considera un feroz defensor). Jospin, por su parte, no se destaca por su admiración al presidente estadounidense, pero tampoco parece estar convencido de la idea de Europa como alternativa global ni, desde luego, tener fuerzas como para imponerla, si fuera necesario, en Bonn.

Un Consejo Europeo dirigido por los representantes de la nueva izquierda alemana, británica o francesa ofrecerá, sin duda, una política más esperanzadora que la que ofreció la derecha de Juppé o de Thatcher, al igual que Clinton ha representado un cambio positivo con respecto la dureza de la época Reagan. Quizás sean como Clinton, pero es poco probable que esa nueva izquierda europea tenga la visión, y la obsesión, europea que tuvo y retiene Kohl. Desde ese punto de vista, el actual canciller -el líder conservador con una política social más a la izquierda del mundo, como le gusta ser calificado- equivale a todos ellos juntos. Clinton al cubo.

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