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El diablo, en Kosovo

Andrés Ortega

¿Por qué si una misión internacional intervino en 1991 en el Kurdistán iraquí para proteger a la población de la represión de Sadam Hussein no se ha de entrar en Kosovo para prevenir la represión de Milosevic contra los kosovares albaneses? La pregunta está en al aire. La respuesta, en la medida en que la hay, es compleja. Desde luego no se trata de un mero "asunto interno" como pretende Milosevic, sino de una cuestión regional que reclama no ya un derecho, sino un deber de injerencia.En el caso de los kurdos, el objetivo explícito fue protegerlos; pero el implícito, evitar el surgimiento de un Estado kurdo en la zona, que, hoy por hoy, nadie desea, salvo los propios interesados. En Kosovo estamos justamente en una situación inversa la comunidad internacional pretende no intervenir militarmente, no ya sólo para dar a la presión diplomática posibilidades, sino para evitar la secesión de los albaneses de Kosovo. ¿Por qué? Porque podría no ser una solución, sino convertirse en un nuevo problema. La independencia de Kosovo puede poner en marcha un proceso de desestabilización en toda una zona moteada por minorías albanesas, con Albania en el centro. ¿Han aprendido los europeos la lección de la rotura de la antigua Yugoslavia? ¿O ya es tarde, si los kosovares albaneses moderados se vuelven abiertamente independentista en vez de propugnar una autonomía real?

Como en la reciente crisis con Irak, se plantea la cuestión de quién legitimaría tal acción. En este caso podría ser el Consejo de Seguridad de la ONU, o la OSCE como organización regional de Naciones Unidas. Pero siempre se toparía con la postura rusa, favorable a Belgrado, lo que dificultaría la legitimación (o incluso la dudosa actitud china). Ahora bien, en este caso, la legitimación no es un problema principal. Como indica de un modo general el diplomático italiano Roberto Toscano ("De la guerra a las mil guerras", Claves, marzo de 1998), lo verdaderamente complejo y difícil en este tipo de situación, es resolver el problema de las modalidades políticas y operativas concretas de una operación así y prever las consecuencias de la intervención, pues algunas pueden acabar siendo no ya sólo indeseadas, sino indeseables.

La situación en Bosnia complica el rompecabezas. No sólo porque la cooperación de Milosevic es clave para mantener vivo el proceso de paz de Dayton, e incluso para llevar ante el Tribunal Internacional Penal en La Haya a los criminales de guerra (salvo él, por desgracia), sino que las tropas de pacificación en Bosnia -incluidas las españolas- podrían convertirse en rehenes de la situación. Hay que evitar llegar a ponerse ante la elección endiablada de salvar la recomposición de Bosnia o apoyar la independencia de Kosovo.

Si el tiempo lo permite, si las presiones internacionales sobre Milosevic logran su propósito, si la furia de los kosovares albaneses no revienta de la mano de la represión serbia, la salida menos mala podría ser la autonomía, o, mejor aún, un estatuto como Estado federado de Kosovo en la República de Yugoslavia. Hay que convencer a los kosovares de ello, y las presiones internacionales en este sentido pueden, producir su fruto. Aunque, claro, para que la autonomía sea estable y verdadera se requiere la democratización en profundidad de la nueva Yugoslavia y de muchos de los países de su entorno. Como ha quedado demostrado en Bosnia, en este terreno es mucho más barato construir que reconstruir.

La Unión Europea, que la semana pasada ha demostrado en Londres ser un factor de estabilidad para una parte de Europa, podría dedicar un mayor esfuerzo a Kosovo y a toda la zona, incluida Serbia. Una especie de Plan Marshall bien dotado para estos Balcanes tan atrasados podría ser la zanahoria que, junto al palo de las sanciones para unos y el no apoyo al independentismo para otros, hiciera moverse a las poblaciones y a sus dirigentes. Todo ello podría contribuir a constituir de alguna forma un espacio -posmoderno, que no un Estado ni un imperio- no ya yugoslavo, sino balcánico, un espacio que garantizara a largo plazo la estabilidad, la democracia y la tolerancia. Como ha quedado demostrado en Bosnia, en este terreno es mucho más barato, aunque no más fácil, construir que reconstruir.

Ahora bien, a no tan largo plazo,, todo esto implicaría el suicidio político de Milosevic. ¿Lo aceptará? Probablemente, no; por lo que hay que presionar para lo menos malo pero, al tiempo, prepararse para lo peor.

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