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Clamor de venganza en la selva

El Ejército colombiano retoma la ofensiva tras el peor revés de sus cuarenta años de lucha antiguerrillera

Juan Jesús Aznárez

ENVIADO ESPECIAL"Por acá matan mucho, mi amor". Pilotos colombianos bombardeaban ayer las tupidas selvas del sur nacional, donde hace 25 días un soldado de la Brigada Móvil Número 3 escribía a su novia, Caterine, una carta de amor y desvelos. "Por acá hay mucha guerrilla, y han dicho que nos van a matar, que nos van a dar plomo. A uno le dan como nervios". En cuatro décadas de lucha antiguerrillera, el Ejército de Colombia nunca había recibido tanto plomo, nunca había sufrido una emboscada como la padecida en las márgenes del caudaloso río Caguán. Encajó el revés seis días antes de las elecciones que hoy decidirán 102 escaños en el Senado y 161 en la Cámara de Diputados. La actual correlación de fuerzas parlamentarias, a juzgar por las encuestas, no registrirá grandes cambios.

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Hacer la 'mili' con la guerrilla

La consulta legislativa se efectúa con los cádaveres de numerosos soldados sobre las zarzas y hojas de palmas de una selva sofocante, entorpecedora de las comunicaciones por radio porque las ondas rebotan y se pierden en un follaje tan espeso que impide la penetración de la luz. Soldados de la base de Tres Esquinas, en la selva del sureste, citan los problemas de las patrullas. "A tres metros no ve uno a su compañero".

Pero la guerrilla sí los vio. Después de seguir durante horas el rastro de una partida de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), la compañía atacada acampó en un potrero próximo al cauce del Caguán, en un tramo pelado de 15 kilómetros anterior al comienzo de la manigua.

Acampar fuera de la fronda no fue suficiente. La guerrilla había acechado, y probablemente inducido, sus movimientos, y desde posiciones escondidas, aprovechando el tiro curvo del mortero disparó a discreción sobre la unidad del soldado enamorado, que quedó. despanzurrada, herida, o capturada. Imprecisos los datos sobre el número de bajas en ambos bandos, las FARC emitieron un parte estremecedor, de gravedad sin precedentes: 80 militares muertos, 43 secuestrados, 30 heridos y el resto en fuga por la trocha. Según una comunicación radial de la guerrilla, interceptada por el Ejército, todo eso le costó a las FARC 30 muertos.

El resultado final no parece cerrado del todo: ayer aparecieron vivos 31 soldados, tras varios días de deambular por la selva, y los mandos temen la muerte de los heridos más graves tras una dolorosa agonía de cinco días a la intemperie, inertes bajo copas de 45 metros de altura. "Está claro que hemos recibido un duro golpe", reconocía el presidente Ernesto Samper. "En las guerras se gana y se pierde, pero los soldados murieron combatiendo".

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El jefe de la unidad atrapada rompió el cerco de fuego y obuses y huyó con siete de sus hombres. Oculto en la maleza, estableció contacto radial con el alto mando, y esperó la evacuación. "Mejor que se hubiera muerto", denostaban quienes le llevarían ante un consejo de guerra porque no encuentran espacio entre el heroísmo y la cobardía.

El Ejército colombiano efectúa una contraofensiva aérea y terrestre. Aviones y helicópteros artillados despegan desde una pista de 1.500 metros y ametrallan o sueltan bombas de metro y medio para apoyar una maniobra envolvente de 1.200 infantes. Los batallones contrainsurgentes pretenden convertir la derrota en victoria, y atenazar a los paroximadamente 350 guerrilleros atrincherados cerca de uno de los puestos de mando de las FARC y de una escuela de formación revolucionaria. "Queremos recuperar a nuestros muertos y vengarlos", apremiaba un oficial. No será fácil, pues el hostigamiento y la posible existencia de minas frenan su avance por una geografia flanqueada por los cocales más abundantes de Colombia.

Las tropas de refuerzo, uniforme de camufiaje, botas de agua, linternas, cuchillos, fusiles de asalto y granadas de piña prendidas en la guerrera, embarcan sombrías hacia el frente. "Vamos p'alante. Confiando en Dios, creo que volveremos", se animaba un soldado, terciado el pecho con dos cananas a lo Pancho Villa. Sobre el cuello, dos medallas de la Virgen María.

Es mediodía y Julián suda embutido en su uniforme de piloto. Pilota un OV- 10, un avión pequeño, maniobrable en el ataque, con cuatro bombas en la panza. "A veces uno no sabe a qué le pega. Desde arriba todo se ve verde, verde. Puro árbol. Igual le mete uno a la guerrilla, que a la casa de alguien, que a nada".

Esta vez le pegaron, y muy duro, al campesino José Antonio Sáez, de 54 años. Perdió a su esposa, sus dos hijos, y un sobrino. Sólo pedía un vehículo, y una lancha para llevárselos. "El avión pasó bajitico y yo les dije a los muchachos '¡tiéndanse!'. Sonó un ruidajo y cuando miré vi que me despedazaron la casa, la enramada, y la molienda".

A continuación vino lo peor. "Yo me paré [levanté] y me fui a ver la mujer. Estaba muerta. El hijo menor también estaba despedazado, y los otros dos tirados al lado". ¿Maldecía el labriego al Ejército? No, sólo al avión. "El Ejército es bueno, pero comete errores como en mi caso. Yo sé que la culpa la tuvo ese avión".

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