Un voto
El espectáculo que el martes nos ofreció el Congreso habla con elocuencia de lo que podemos esperar los progresistas de este país de nuestros representantes políticos. Mientras la derecha reunía fuerzas y votos de sus diferentes adherencias periféricas, se producía en las izquierdas el típico despelote, parcial pero crucial. Se votaban sendas propuestas del Grupo Socialista y de IU para la ampliación legal del aborto, y una de ellas, la primera, quedó en empate. Había libertad de voto en conciencia y algunos conservadores son de miras amplias en este tema. Pero, ¡ay Dios!, lo que no había era restricción de escaqueo. Y unas cuantas señorías lo ejercieron, bien para no pringarse o para obstaculizar, como es el caso de Francisco Vázquez, que es del PSOE y antiabortista, en cuyo derecho está, pero es que la ley no es para que aborte él.La peor ausencia fue la de Felipe González. Es un símbolo terrible de desinterés hacia los problemas de la mujer, mayormente de las mujeres de clases populares, que nunca podrán acceder al aborto privado que el actual orden de cosas reserva a las privilegiadas, entre ellas congresistas y periodistas. Un voto se necesitaba para cambiar la ley. Un solo voto. De haber votado González, nadie habría sabido que ese voto era el suyo. Al no comparecer, ahora sabemos que pudo haberlo sido.
Aducirán error humano, negligencia de subordinado, falta de coordinación. Me importa un pito: ha tenido que ocurrir, precisamente, con esta ley que los propios socialistas se negaron a aprobar durante su mandato en mayoría, y que sólo al final presentaron, oportunista e inútilmente.
A esa gente la pagamos para que esté en su sitio cuando se necesita su presencia. Y a votar progresista hay que ir, aunque sea a rastras y entubados.
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