Capítulo de ausencias

La presencia hoy en la Berlinale de Robert de Niro, que llega para presentar su tercera aportación al concurso en la película Grandes esperanzas, se anuncia con tanto ruido y pleitesía que ha despertado la memoria de las ausencias que encubre. Algo no precisamente alentador está ocurriendo en un festival que hace recortes en el presupuesto de cultura cinematográfica y echa la casa por la ventana ante una cara popular, la única que ha acudido a la cita prometida.Ayer hubo que suspender las conferencias de prensa con Barry Levinson y Robert Altman, porque ambos se quedaron en sus casas; y con anterioridad cancelaron sus viajes a Berlín Alain Resnais, Quentin Tarantino y Pupi Avati. Pero si cinco de los más renombrados directores de películas no acuden a defenderlas aquí es que consideran irrelevante molestarse en hacerlo, cosa que nada bueno augura del prestigio y la capacidad de convocatoria de este festival.

Y esto ocurre precisamente este año, en que sus dos más directos competidores, el Festival de Cannes y el de Venecia, dieron muestras, el primero de que aquéllos a quienes convoca, por encumbrados que estén, acuden; y el segundo, de que las fórmulas de programación de cine festivalero hasta ahora vigentes (que son las que aquí se mantienen) ya están gastadas.

Pero si el poder lo tiene Cannes y la capacidad innovadora Venecia, ¿qué le queda a Berlín? Poca cosa, por no decir nada, lo que pone la carambola casi hecha el pequeño Festival de San Sebastián que, del cuarto puesto entre los grandes, puede pasar si se lo propone, a costa de la Berlinale, al tercero.