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Crítica:48º FESTIVAL DE BERLÍN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Decepciona la muy esperada película de Gus van Sant

Jacques Doillon retrocede hacia su más cursi y tramposo realismo

ENVIADO ESPECIALPasado el momento (discutible, pero mágico) de Ponette, que le abrió las puertas del planeta, el cineasta francés Jacques Doillon retrocede en Demasiado (poco) amor al endeble y engañoso estilo realista que reduce a pretenciosa cursilería la mayor parte de su filmografía. Por su parte, el iracundo americano Gus van Sant, escoltado por los nueve oscars a que aspira su Good Will Hunting, puso a reventar la enorme sala del Zoo Palast. La cosa comenzó hacia arriba, pero pronto se estancó en una soporífera planicie y acabó envuelta por el espeso silencio de la decepción.

Gus van Sant, que ha sido entronizado como un ingobernable cineasta profeta de las cunetas y los vertederos humanos de su país, tiene suficientes horas de rodaje para conocer el terreno que pisa y saber dónde están las piedras en que no puede tropezar un tipo como él, porque de hacerlo se juega su reinado en los gloriosos estercoleros de América. Pero si ya resbaló en 1994 con sus patosas Cowgirls, y entró al trapo del glamour en To die for, ahora la fiera parece domesticada del todo en este Good Will Hunting, que aspira a nueve oscars y quizá agarre alguno gracias a su maña en hacer pasar por originalidades las meteduras de pata.Lo que quiere y no logra contar Van Sant es un asunto mayor: un muchacho de 20 años con una mente genial, un Newton, un Spinoza, un Saint-Just en vaqueros, bronquero de noche y barrendero de día, que se gana la mala vida fregando pasillos en el MIT bostoniano, una especie de Vaticano de la ciencia actual. El chico resuelve en un instante ecuaciones que han dejado calvos a los herederos de Einstein de tanto rascarse la cabeza; machaca a los historiadores con inesperadas claves de entendimiento del tiempo humano y deja en calzones con una sola réplica de análisis de conducta a un eminente psicólogo.

Pues bien, el rostro, el aparato gestual y expresivo de tan asombrosa criatura es el de un guapo y noblote, pero opaco hombre común y corriente. Y no es que el intérprete del portento, Matt Damon, sea mal actor, que no lo es, sino que así ha querido que lo veamos Gus van Sant, metiéndonos a los espectadores en el atolladero de intentar inútilmente descifrar la luz del genio de ese personaje en algo, en un destello o un brote identificador de tan tremendo talento. De ahí que, a mitad del metraje de Good Will Hunting estemos hasta la coronilla de oír al actor tacadas de genialidades aprendidas de memoria, sin ver en él algo de lo que se mueve en su conciencia, detrás de sus parrafadas.

Y la vieja sospecha de que Van Sant no es precisamente Kazan, ni Cukor, ni Coppola, ni Eastwood, es decir: que no tiene ni idea de dirigir actores, se hace total evidencia, pues las imágenes y los signos de su película están siempre por debajo de lo que pretenden significar. De ahí que los nueve oscars con que le amenazan parezcan un peaje institucional de la Academia de Hollywood a la fiera, por haberse dejado domesticar y meter en el redil.

Cosa que no le hace falta a Jacque Doillon, que ha sido siempre un gatito sin aspiraciones a parecerse (como hace años Gus van Sant) a un tigre. Es, por el contrario, un empequeñecedor sistemático de viejos asuntos grandes y duros, habilidad en la que de nuevo incurre en Demasiado (poco) amor, que es una dulzona sombra del viejo y bronco teorema de Pier Paolo Pasolini, reducido por este pastelero a un relamido teoremita, e el que el grande y perturbador Angel Maligno pasoliniano queda reducido a la inanidad de un simple bicho.

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