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La osada predicción del horizonte científico

Las visiones de lo que se avecina están teñidas de deseos y de miedo

Una razón por la que el futuro nos fascina consiste en que no podemos saber cómo será. La mayoría de nuestras visiones sobre lo que se nos avecina no son predicciones serias, sino extrapolaciones de las últimas tendencias, mezcladas, según el temperamento, con la esperanza de que todos nuestros deseos se harán realidad, o con el temor de que sucederá lo peor. En lo que a adivinos se refiere, la peor reputación la tienen los economistas. Tomemos como ejemplo la riqueza de China. A principios de 1996, se decía por lo general que China, con una tasa de crecimiento anual un 7% más alta que la de EE UU, alcanzaría a los países ricos en medio siglo. Entonces se produjo la caída de la moneda de Tailandia, seguida de las de Indonesia, Malaisia y Corea del Sur. Ahora se especula sobre si el sueño de China podrá hacerse realidad alguna vez.Incluso en la ciencia, los que predicen el futuro tienen un récord pésimo. En los años treinta, el respetado escritor británico H. G. Wells en su libro The Shape of Things to Come ansiaba el momento (más o menos ahora) en el que la gente podría viajar a todas partes en helicóptero: no contaba con los peligros, el coste y la dificultad de evitar las colisiones.

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Desde el hallazgo de los antibióticos se nos ha dicho a menudo que se ha vencido a las enfermedades infecciosas, para descubrir después que la tuberculosis (por no hablar de la malaria) está resurgiendo ahora, y que estamos expuestos a nuevas infecciones como el sida y la enfermedad de Lyme. Recuerdo la conferencia de la ONU sobre energía atómica en 1958, cuando los gobiernos del mundo alardeaban sobre la energía de la fusión termonuclear en unos diez años: decían que la electricidad sería tan barata que los únicos gastos serían los de medir su uso.

Optimismo y pesimismo

El exceso de optimismo es realmente la amenaza más seria para realizar predicciones sagaces, aunque el pesimismo también las adultera. Hace 30 años, el científico estadounidense Paul Ehrlich comentaba en su libro The Population Bomb que la población del mundo moriría de hambre más o menos a estas alturas, hecho que es claramente falso, aunque no quiere decir que los países pobres del mundo carezcan de problemas, sino que sus problemas son de distinta índole.La predicción de Ehrlich se basa en la máxima "simplona" de que la exageración es necesaria para que la gente se preocupe de los problemas importantes. El peligro es que induce a la gente a sospechar de lo que dicen los expertos. Si mi opinión vale de algo, creo que las predicciones sobre la tasa de recalentamiento del globo durante el próximo siglo, que fueron la fuerza impulsora de la conferencia de Kioto a finales del año pasado, podrían ser el doble de lo que deberían.

Así que, ¿qué puede decirse del futuro? No habrá ninguna "teoría de todo" que explique el universo y lo que contiene en el año 2100. Tampoco sabremos entonces cómo comenzó la vida en la superficie de la Tierra, y cómo el cerebro engendra la mente. De forma similar, la finalización del Proyecto Genoma Humano a principios del siglo que viene tampoco nos dirá lo que necesitamos saber sobre nosotros mismos, pero será el detonador de una búsqueda gigantesca de nuevos fármacos y terapias. A partir de ahí llegarán las técnicas para regenerar órganos defectuosos, e incluso para curar algunas (pero no todas) las formas de cáncer.

Pero hasta en la ciencia lo que ocupará la mayoría del tiempo de los investigadores dentro de un siglo serán las preguntas que todavía no podemos preguntar porque no somos lo suficientemente inteligentes. Eso es lo que ha sido la ciencia desde los tiempos de Copérnico, Y es lo que será el resto de los tiempos.

Sir John Maddox es el editor emérito de la revista científica Nature.

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