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Retrato del racista adolescente

Un estudio de la Complutense refleja el perfil de los intolerantes en los institutos

Justifican la violencia, incluso la legitiman y tienden a recurrir a ella en situaciones reales. Ven en la víctima un culpable y se sienten héroes cuando atacan. Clasifican a esa víctima dentro de los grupos minoritarios a los que rechazan y discriminan. Esta descripción forma parte del perfil de los jóvenes (entre los 14 y los 17 años) que practican el racismo y la violencia o son aspirantes a esta condición, según un estudio realizado por el departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad Complutense de Madrid.

La descripción de estos promotores de la exclusión responde a cuestionarios que se han pasado a 750 jóvenes de nueve institutos madrileños y, según los investigadores, se puede aplicar a ese 10,4% de jóvenes que se consideran a sí mismos racistas, como refleja la encuesta elaborada en 1997 por el catedrático de Antropología Social de la misma universidad Tomás Calvo Buezas.

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A los rasgos comunes señalados se añaden otros: rechazan especialmente al pueblo gitano y se basan en una percepción estereotipada y negativa de los grupos minoritarios. "Tienen dificultades de integración y no son aceptados por sus compañeros en clase, ni en los equipos de trabajo ni en el tiempo libre", afirma María José Díaz-Aguado, catedrática de Psicología Evolutiva y directora de este estudio, elaborado en 1997 y titulado Programas de educación para la tolerancia y prevención de la violencia en los jóvenes, iniciado en 1994 por un convenio entre la Complutense, el Instituto de la Juventud y el Ministerio de Educación.

Entre los consultados (alumnos problemáticos, compañeros adaptados y profesores), existe la idea de que los racistas y los violentos manifiestan un rechazo contra la figura de la autoridad y se destacan, según sus compañeros, por llevarse mal con los profesores. Los otros alumnos aseguran que su conducta se caracteriza por su agresividad, su falta de comprensión ante la debilidad de los demás, su inclinación a llamar frecuentemente la atención sobre sí mismos, a sentirse superiores y a ser antipáticos e inmaduros.

Contra el pueblo gitano

A la pregunta sobre cómo son los gitanos responden con descripciones como: "Son violentos, ésa es su principal característica"; "son de carácter salvaje y delincuente, no hacen nada por cambiar"; "son morenos, van mal vestidos, no tienen la misma cultura que nosotros. Son nómadas, no viven en un sitio concreto. Son así porque lo llevan en la sangre, es una cultura y tienen unas costumbres que nadie les va a quitar"; "se podrían crear espacios reservados para ellos, no creo que sean capaces de vivir en otra comunidad".En cuanto a sus respuestas sobre la violencia, presentan justificaciones: "Agresividad he tenido siempre mucha. Soy muy agresivo. Es como un instinto Cuando estoy agresivo no pienso". Ante una agresión, César (el nombre no es real), de 16 años, afirma: "Cogí una piedra, me fui a por ellos y al primero que vi le metí un puñetazo. Si tienes algo en la mano, pegas más fuerte. Si alguna vez los de ETA le hacen algo a alguien de mi familia, voy a los de Herri Batasuna y les pego a todos un tiro, porque no me puedo controlar; en situaciones así no me controlo".

Este colectivo de chicos y chicas (el grupo masculino es mayoritario) está dispuesto a votar a un partido racista y aprueba la acción de los grupos violentos. Si en estas edades representan un 10,4%, en el caso de los adultos, según una encuesta publicada por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS)) en 1994, el porcentaje es de un 7%, "lo que es mucho", señala María José Díaz-Aguado, "pero muy inferior a lo que está pasando en países europeos como Francia o Austria".

"El hecho de que aparezca un partido que explota demagógicamente estas tendencias hace que suba la identificación con las mismas", añade la investigadora. Se trata de jóvenes cuya estructura de razonamiento moral está menos desarrollada en comparación con el resto del grupo y poseen menor capacidad para considerar los derechos humanos implicados cuando hay situaciones conflictivas.

La detección de este perfil sirvió para llegar a la finalidad del programa: comprobar entre los alumnos intolerantes la posibilidad de un cambio de actitud después de la aplicación de determinados procedimientos educativos. "Hemos verificado que el joven es más radical, pero no por ello más intolerante que el adulto. Lo que sucede es que atraviesa una fase de problemas de identidad y, hoy en día, la construcción de la personalidad es más incierta. Tienden a reaccionar por un mecanismo defensivo, y eso quiere decir que hay que ayudarles".

Tras ser aplicado el programa, las respuestas hacia el racismo cambiaron. Antonio, de 16 años, pasó de afirmar que "entre los gitanos hay diversos tipos, hay gitanos trabajadores como cualquier español, pero casi todos son verdaderos insociables, que lo único que traen es miseria y problemas, étnicos, de drogas, suciedad, robos, hacinamiento", a concluir: "En general, yo no entiendo su forma de vivir, pero acepto que vivan así. Creo que son intrigantes por venir de donde vienen, por sus costumbres, sus raíces, su forma de ser. No estoy diciendo que no me gusten. No les entiendo, pero les acepto. Tienen un legado histórico importante que les viene de siglos".

César, que se relacionaba con grupos violentos, abandonó esas compañías y ahora piensa: "En las dictaduras no se respetan los derechos humanos, pero, en realidad, ahora tampoco se respetan. Pegarse no me parece una buena solución, sería mejor hablar. Estoy empezando a ser más tolerante".

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