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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las madres

El decorado es bello, y es metafísico como la obra en sí, no sé si escatológica, porque de principio y fin trata de la vida y de la muerte. De una eternidad que quizá esté en la transmisión de una vida a la que le sucede. De madres a hijos. No de padres: el teatro de Pirandello ve al padre, o al autor, colmo el que da una vida que a veces no se desea, o que se querría de otra manera, en otro cuerpo, con otro destino. En esa obra joven, la madre es lo que entonces se llamaba "el vaso sagrado" que contiene la vida y la vierte. En ese decorado a veces transparente, como si se pudiera ver el más allá a través de las paredes, con algunas alusiones meramente fantasmales, como la silla que se mueve sola en el salón del difunto, las madres dialogan sobre su condición. La principal, la que se llama "el ama"; es el teatro de personaje, el que se basa en los seres poderosos.La interpreta Margarita Lozano. La gran actriz mueve con elegancia sus brazos, sus manos: como si fuera arrojando el tedio hacia el público. Que lo recibe, lo hace suyo. La eminente actriz tiene muchos registros de voz; unos graves bellos, unos agudos líricos. En todos ellos es poco comprensible. Los micrófonos, aparte de que no son bien aceptados en una compañía de teatro que debe proyectar sus voces -son "apoyos", se dice, para disimular un poco-, pedudican en este caso. Está interpretando, en el centro del escenario, a la italiana, a la heroína de Pirandello. A la Duse, a la Bertini.

La vida que te dí

De Luigi Pirandello. Intérpretes: Margarita Lozano, Fabio León, María Alfonsa Rosso, Margarita Mas, Paco Torres, Saturna Barrio, Cristóbal Suárez, Mahue Andúgar, Claudia Gravi.Vestuario: Narros. Iluminación: Juan Gómez Comejo. Escenografia: D'Odorico. Dirección: Miguel Narros. Teatro Albéniz. Madrid.

Todos lo hacen: el director lo ha marcado así, y probablemente ha elegido a Margarita Lozano por su italianismo. Se entiende a los otros actores; pero no el discurso principal. Que no es fácil: ni de decir ni de escuchar. Todos los juegos de época sobre la vida y la muerte no son más que palabras. En aquel tiempo parecían verdades; en el nuestro son retórica. Lo cual que nuestro tiempo no sea retórico, o esté más acertado que los pasados. Pero en estos años transcurridos ha habido una serie de modificaciones culturales. Se sabe más de la generación de lo que se había sabido en toda la historia del mundo; se ve al nasciturus en el vientre desde que es como una lenteja; se acepta francamente el aborto. La mujer perseguía entonces unas formas de libertad que se centraban en una participación en el mundo de los hombres; hoy van mucho más allá, elaboran una consciencia política de su propia condición, han aprendido a elegir la maternidad cuando quieren, como quieren y de quien quieren. Es otra manera de ser madres.

Se sabe que la muerte es un final, apenas se cree en cualquier forma de más allá. Digo: dentro del grupo cultural en que vivimos, dentro de las gentes que van al teatro, dentro de unas formas culturales propias. Y esa cultura se amplía en el mismo sentido por las vías de la televisión y del cine, aun dentro del miedo que esas artes tienen aún por la corrección política. Y social, y cultural.

Todas estas vías han abierto también una técnica del entendimiento y de la expresión. Se comprime mucho, se va deprisa. Esta versión está extendida sobre su propia historia: se habla con lentitud, se crean vacíos en los diálogos, y silencios.

En esto puede estar el tedio. Supongo que Miguel Narros tiene razón: la forma para la que fue escrita esta obra es la que él aplica. Es un gran artista de la dirección de escena, y crea con arreglo a su temperamento, a su conocimiento. Le importa menos el aburrimiento del público que el de la obra bien hecha. Pero puede ganar el tedio; puede abrir demasiados huecos para que entre dos fragmentos, en un hueco escénico, se ponga uno a reflexionar en sus cosas, hasta en las más vulgares de la vida cotidiana. Sobre todo si la meditación de la obra le es indiferente, y si no la entiende bien.

La gestualidad le aleja, no le aproxima. La voz le arrulla, no le despierta. Sin embargo, en una noche de estreno y ante figuras tan importantes, el público muestra su respeto. Todos lo merecen. Todos merecen que se les llame "bravos"; y había mucha gente dispuesta a gritarlo.

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