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Tribuna:NOSOTROS, A LO NUESTRO.
Tribuna
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La bronca y sus analogías

Me perdí el velorio y consiguiente entierro del marqués de Villaverde, uno de los personajes del corazón de mi juventud, el hombre que igual te trasplantaba un ídem (lo hacía peor que el doctor Barnard, porque se le morían de inmediato los enfermos) que lanzaba la lancha motora a toda leche por el pantano de Entrepeñas, que fue una de las múltiples Oropesas de que dispuso la prole del franquismo. Me perdí las exequias, lamentablemente -y eso que hasta Pocholo estuvo por allí-, porque me hallaba muy ocupada con la bronca, que es nuestra industria nacional. Pero no por ello dejo de desearle al marqués que haya ido al cielo, a poder ser con sus pacientes, incluido el general Ísimo.La bronca -sí señor-, aunque expresada muy pobremente tanto por los políticos que la ¿padecen?, ¿cortejan? como por los periódistas que la ¿reflejamos?, ¿exasperamos?, ¿desorbitamos? El caso es que, si se toman la molestia de repasar los titulares de periódicos de la última semana, verán que somos presa de la monotonía. Observarán una repetición hasta la náusea del verbo acusar ("Ardanza acusa a Mayor Oreja", "González acusa al PP", "Ardanza acusa a Interior"), de lo que podría deducirse, erróneamente, que es a acusarse a lo que dedica la mayor parte de su tiempo la clase política, cuando (y otros titulares lo demuestran) nuestros prohombres también se indignan, se advierten y se amenazan.

Todo muy mocho y aburrido. Ni los políticos ni los informadores de política poseen la riqueza de sinónimos y analogías poéticas de que hace galavisión la prensa coloreada cuando te dice, por ejemplo, que la vigilante playera Pamela Anderson estuvo a punto de divorciarse de Tommy Lee por "diferencias irreconciliables" y no porque él le daba de frostias hasta en el cielo del paladar (los malos tratos a la mujer no conocen fronteras de clase ni de océano, queridos); o cuando pone en boca de Ortega Cano (la misma con la que todos los días le reza a Dios para que le ayude, y con la que luego- le da gracias por haberle ayudado) la hermosa metáfora de que es el "momento ideal para que anide la cigüeña y tengamos nuestro hijo Rocío y yo". Aunque, a veces, lo poético y lo místico conducen a lo oscuro, pues una se pregunta por qué no nos cuentan en dónde demonios ocultó Jesulina, cuando desfiló en braga y sostén en el Salón Gaudí, "una pequeña bolsa con una cruz que le regalaron las monjas en el colegio y que siempre lleva encima para que le dé suerte".

Muy raramente las publicaciones del cuore se ponen tan directas como Lecturas al anunciar que "la hija de Cher se casa con su novia", o Semana al denunciar que "Julio Iglesias se ha hecho un tremendo estiramiento de piel". Lo cierto es que podría haber sido al revés: que Cher se hubiera hecho un estiramiento de piel y que Julio Iglesias se casara con alguien que podría ser su hija. En general son más sutiles, y hasta cuando hay bronca entre antiguos amantes permiten a Mar Flores decir que "estar con ese señor", refiriéndose a Lecquio, "ha sido el error más grande de mi vida". ¿Estar? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Con qué? ¿En qué posición?

Creo que los periodistas deberíamos enriquecer nuestro vocabulario al comunicar al respetable que los políticos están de los nervios: entregados a la controversia, la polémica, el desacuerdo, la impugnación, la cizaña y el altercado. O enzarzados en pugilatos, rivalidades, peleas, peloteras, agarradas, discordias, divisiones, desuniones, descontentos, desavenencias, conflictos, oposiciones, impugnaciones, cismas, pugnas, lides, pendencias y reyertas. O entregados a sarracinas, zurribandas, camorras, trifulcas, trapatiestas, agarrones, rifirrafes, refriegas, acometimientos, querellas y (oh, cielos) folliscas.

Si publicamos de una vez por todas que nuestros preclaros líderes quieren ahocicar al adversario, que entre ellos se desgreñan, se escaliban y acaloran; que están a razones y midiéndose las armas, picándose las crestas, poniéndose en quintillas y batiéndose el cobre; que tratan de volver las nueces al cántaro y de buscarse la lengua; andando a mía sobre tuya, buscándole el pelo al huevo y montando la de Dios ... ; si escribimos todo esto, tal vez lleguen a comprender -los políticos- lo ridículos y culpables que son, lo mucho que les estamos perdiendo el respeto. ¿Alguien podrá convencerles de que toda su palabrería no vale nada frente al elocuente testamento de la dignidad legado por Ramón Sampedro?

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