Van Morrison ofreció una gran antología de su repertorio en Palma de Mallorca
El músico irlandés cantó con el público que abarrotaba el Auditorium
Van Morrison sólo dirigió seis palabras y un gesto al público en la hora y cuarenta minutos de la primera de las dos actuaciones que ofreció el viernes y el sábado en Palma de Mallorca, pero los entendidos seguidores, del consagrado músico irlandés -que abarrotaban expectantes el Auditorium- se rindieron a su guiño. Les emplazó a cantar con él, al final, aquel credo oscuro y recurrente, Stand by me. Fue la última pieza de un concierto que resultó una selección antológica de su repertorio, un mosaico de soul, rhythm and blues, derivaciones del jazz y ecos ya clásicos contemporáneos.
Van abrió los brazos y dijo a la sala: "Muy bien". Su escolta contravoz, Brian Kennedy, levantó la mano y proclamó varias veces a su señor. Este regaló tres canciones tras un repertorio que resultó más bien antológico, seleccionado casi al azar entre 80 temas numerados en los carteles que tenía cerca de los pies. Muchos mallorquines de la banda ancha de 30 y 40 años y una notable expedición peninsular y extranjera atendieron las oraciones íntimas de su mitificado artista. Cathy, una irlandesa que también ha abrazado la redención patriótica de los nacionalistas insulares, comentaba: "No sabremos si Van es católico o protestante; él diría que es testigo de Jehová, equívoco como en sus canciones".Austero en los gestos, histriónico en el juego de voces, musitaba a veces y en muchos tramos dejaba emerger un grito bruñido. Conducía la banda de siete músicos con señas; con un brazo echaba el freno o insinuaba un toque de fusta. El saxo Pee Wee Ellis agarró el liderazgo y tocó los solos más celebrados por su jefe y por una concurrencia rápidamente seducida, pero sin demasiadas celebraciones extemporáneas. Van cantó una secuela de Satisfaction de los Rolling, rindió tributo a James Brow e improvisó y recordó lo más caliente de su último disco, The healing game. Está grabando, despacio y con pausas, un nuevo disco.
En el Auditorium se observaron pocas disonancias para la estética convenida: un poeta con paraguas de lord, una señora con una piel de leopardo, descuartizado y media docena de corbatas de altos funcionarios ajenos a las incompatibilidades. Mario, un notario rockero llegado desde Italia, confesó que ha seguido en 40 ocasiones las esporádicas apariciones de Van. Ramon, un acólito peninsular de este músico de culto, invitaba a suscribrirse a la única revista dedicada exclusivamente al mito.
En la cueva negra del escenario no había malabarismos lumínicos ni decorados. Aquéllos que conocen la pauta de Van Morrison ponderaron su papel de oficiante más que de predicador. Perfeccionista, regañó tres veces -a mitad del tema- al bajo coordinador de su banda, Nicky: "Tú sabes que esto no es lo que tendría que ser", le dijo al parecer por un error en una nota y pudo oírse desde la sexta fila. La escena la repitió mientras Brian mantenía un solo.
El cantante de Belfast llegó el viernes, firmó fugazmente dos autógrafos en el aeropuerto de Palma y se metió en el Mercedes para ir a refugiarse en un hotel frente al mar. Actuó trajeado, pero el terno era escaso para su perímetro y de la camisa de seda se le escapaban los puños de mangas continuamente, lo que se convirtió en un tic. Sorbió numerosos tragos mínimos de cinzano con gaseosa, no cogió la guitarra y sí ahuecó las manos para hacer sonar armónicas pegadas al micrófono. Durante el concierto se secó repetidamente el sudor del ancho cuello que ampara su enorme y cambiante aparato vocal, pero no se quitó ni se ajustó el sombrero de fieltro. Ahora ya no tiene cabellera pelirroja.
Babelia
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