Lo de fuera lo de dentro
Europa no sabe qué hacer frente a la presión de la inmigración, que previsiblemente tenderá a crecer en vez de disminuir. De cómo aborde este reto puede depender la propia esencia de la Unión Europea. Lo de fuera afectará a lo de dentro, en una Europa en la que el debate sobre el multiculturalismo o la integración del otro está vivo. Una gestión mal llevada de la política de inmigración podría poner en peligro la supresión de las fronteras internas en la UE, tentación que ha crecido, como ha quedado de manifiesto en la reunión informal de los ministros de justicia e Interior de los Quince en Birmingham con el reciente caso de los refugiados kurdos llegados a Italia, una gota en un océano, pero en la que algunos han creído ver la que hace rebosar el vaso.El Tratado de Amsterdam prevé la creación de un "espacio de libertad, seguridad y justicia" en cinco años, con la incorporación al acervo comunitario de las disposiciones previstas en el Acuerdo de Schengen. Éste es el núcleo continental -al que pertenece España y al que se están sumando Italia, Austria y Grecia- para un desmantelamiento de los controles fronterizos terrestres. De momento, Francia ha reforzado los controles en su frontera con Italia, y países como Alemania, entre otros, han pedido la adopción de medidas represivas.
La presión inmigratoria no se suprime con medidas policiales, o únicamente policiales. La tensión de la inmigración es como la de los vasos comunicantes. Una diferencia en ingresos y oportunidades lleva a unas poblaciones a desplazarse hacia los lugares donde esperan mejorar sus condiciones, y, si esa diferencia crece, aumenta la presión migratoria. Aun que las oportunidades para los inmigrantes sean más escasas que en los sesenta, los extraeuropeos no lo perciben así. Evidentemente, la mejor solución es actuar sobre el origen y contribuir al desarrollo de las economías más atrasadas en el sur o en el este.
Por eso, toda nueva idea constructiva al respecto como laque ahora ha propuesto Sami Naïr -intelectual y consejero del primer ministro francés- en un informe provisional sobre la política de codesarrollo vinculada a los flujos migratorios merece una atención especial. Nair propone "actuar sobre las causas, pues con medidas administrativas draconianas pueden arruinarse los principios mismos del Estado republicanode derecho". Lo extrapolado vale también para el conjuntode la UE, una dimensión no suficientemente tomada en cuenta en este informe, que Naïr pretende desarrollar.
El problema de la inmigración se puede convertir así en una oportunidad tanto para los países que la reciben -los que envejecen y cuya población se reduce- como, sobre todo, para los países de origen. Naïr retoma el concepto de codesarrollo no para aumentar el número de los inmigrantes en Europa -aunque será difícil, evitarlo- ni para forzar el regreso de los que ya están, sino para gestionar sus flujos, fijar contingentes de las inmigraciones potenciales, mejorar la situación de los que ya están e introducir nuevas categorías de inmigrantes temporales que faciliten una mayor "movilidad y alternancia" en la inmigración: estudiantes, trabajadores jóvenes que aprendan y luego regresen a sus países. Y "crear las condiciones sociales para ayudar a los inmigrantes potenciales a permanecer" en sus países.
En la gestión de este codesarrollo participarían no sólo Gobiernos y colectividades territoriales, sino ONG, asociaciones de inmigrantes, empresas y universidades. También sugiere Naïr contribuir a mejorar la seguridad y rentabilidad de las inversiones de los ahorros de los emigrados en sus países de origen, para que se dirijan hacia sectores productivos y no se disipen en el consumo o en el sector inmobiliario. Estas podrían ser formas complementarias de ayudar, por ejemplo, a Argelia, un país que pone los pelos de punta a muchos europeos por la masiva emigración que puede provocar un cambio brusco de su situación interna.
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