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El duende del secundario

Durante estos 10 años de carrera cinematográfica, desde su debú como chulo vicioso en El reportero de la calle 42 (1987), Morgan Freeman ha hecho básicamente papeles secundarios. Policía en Seven, prisionero en Cadena perpetua, chófer sureño en Paseando a Miss Daisy (aquí protagonista), compañero de fatigas de Robin Hood, sepulturero en Glory, juez en La hoguera de las vanidades, granjero asesinado por Gene Hackman en Sin perdón...

Todas sus películas han quedado marcadas por su poderosa presencia y su voz profundísima, que según ha escrito Katherine Viner en The Guardian "sugiere hondura y sabiduría". Freeman ha tocado tres oscars con la punta de los dedos: Sin perdón, Miss Daisy y El reportero. Perdió siempre, pero lo ha compensado dirigiendo con cierto éxito (en 1993 hizo Bopha!, una potente mirada al apartheid sudafricano), siendo padre de cuatro hijos (de tres mujeres distintas), abuelo de una docena de nietos, dueño de un rancho en Misisipí, de un yate en las Islas Vírgenes, de una cuenta corriente llena de ceros y de un apetito insaciable.

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Olvidada ya su infancia turbulenta (su padre bebió hasta matarse en 1961), Freeman muestra hoy un orgullo cabal y una autoconfianza de superviviente a todo tipo de bombas. Cuando se le pregunta qué piensa hacer en España durante sus dos días de estancia (le acompañan su mujer y su cuñada, que es además su secretaria en gira), dice que irá a oír algo de flamenco. Entonces recuerda que hace 25 años vio Los Tarantos. Y de repente se levanta y se pone a bailar, imitando con duende genuino a Antonio Gades.

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