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Las grandes firmas de la moda exhiben sus nuevos fichajes en París

Courréges regresa al diseño con críticas a "los modistas que desnudan y degradan"

París comenzó el sábado una nueva ronda de desfiles de alta costura. La atmósfera es extraña, presidida por el terremoto que está viviendo al mismo tiempo el prêt-á-porter con la llegada de algunos -Martin Margiela a Hermès, Cristina Ortiz a Lanvin, Michael Kors a Celine, Narciso Rodríguez a Loewe -y por el cese de otros, como Claude Montana o Karl Lagerfeld.

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París sigue siendo el mejor escaparate para la moda mundial -Armani, Prada, Calvin Klein, Gap abren locales en la capital francesa y presentan aquí sus colecciones-, pero el negocio del prêt-á-porter lo dominan italianos y estadounidenses. Los desfiles se suceden y la repercusión de imagen de ciertos atrevimientos no se traduce luego en mayor número de clientas, aunque sí en una mayor popularidad de la marca. "Unos hacemos alta costura mientras otros practican la alta impostura", decía ayer Emanuel Ungaro, mirando hacia el territorio ocupado por los estilistas británicos de Givenchy y Dior."Mis clientas están muy contentas de tener en su armario los trajes que yo invento pata ellas", responde Alexander MacQueen, sin precisar cuántas tiene. Quien sí lo dice es Dominique Sirop, antiguo asistente de Givenchy, hoy independiente, que admito "vivir un auténtico boom". "El año pasado tenía 30 clientas y este año son ya más de 80. Muchas de ellas, es cierto, son antiguas compradoras de Givenchy".

No todas las mujeres pueden gastarse miles de francos en trapitos ni están dispuestas a hacerlo en ropas destinadas a servir una única vez y a dar una imagen de ellas más próxima al delirio sadomasoquista que a ponerlas cómodas en un ambiente propio de recepción veraniega tradicional. Claro que quien se lleva la palma es Thierry Mugler, con sus túnicas para adeptas al piercing: se abrochan en los pezones.

Y al mismo tiempo que arrancan los desfiles, vuelve Courréges, un nombre mítico de los sesenta y setenta que luego se vio embarcado en una política de licencias que no controlaba. Desde su experiencia, valora las actuales tendencias: "La moda cambia y el estilo permanece. Yo no soy un hombre de moda, pero el estilo que propongo sí corresponde a nuestra época", dice André Courrèges.

En la Rue François I, en París, ha abierto una tienda -"un universo"- de blanco inmaculado, escaparates giratorios y formas puras y simples. Coqueline Courréges, su esposa, es quien dirige esta reaparición de la marca: "Hemos recuperado nuestra libertad de creación. Nos ha costado 15 años volver a ser independientes y que nadie pueda hacer ahora, en nuestro nombre, cosas que detestarnos". Y de nuevo están ahí las ropas blancas, rosas, los colores puros, las botas y los impermeables de vinilo.

Otra de las razones que explican que Courrèges tenga ganas de mezclarse de nuevo con los diseñadores de prêt-á-porter -"ése es un concepto que inventé yo en 1966 bajo la denominación de couture future"- es la irritación que le produce ver en qué se está convirtiendo la alta costura. "Hoy los desfiles no tienen nada que ver con el estilismo y mucho con el teatro. A menudo los espectáculos son degradantes para la mujer. Lo que hacen Galliano o McQueen sólo necesita de chicas jóvenes y atractivas. Parece que sólo se puede entrar en el mundo de la moda si se es una locaza. El trabajo de un modista consiste en vestir, no én desnudar", dice Courréges.

Estética y ética

El matrimonio Courrèges se conoció en chez Balenciaga, donde André aprendió, a lo largo de 11 años, a "hermanar técnica, estética y ética". De aquellos años han extraído enseñanzas muy claras. "Cuando una mujer acude a un modista es para que éste la haga más bella. Un traje, una ropa bien cortada, puede remontar el pecho hasta ocho centímetros. Un modista de verdad ha de aportarle a la mujer un 15% suplementario de belleza, puede rejuvenecerla entre 10 y 15 años", afirma Coqueline.La alta costura de la época de oro incluía en el precio de la ropa entré 8 y 11 ensayos."Las clientas venían a París con sus maridos y se instalaban en el hotel durante 15 días. Las veíamos casi cada día y el modista ya no era tan sólo una persona que corta la ropa como nadie, que sabe adaptarla a cada cuerpo y coserla a la perfección, sino una especie de psicólogo, confesor, consejero y amigo. Esas mujeres nos contaban su vida, sus secretos".

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