Schnitke y la veneciana
Don dinero, el poderoso caballero, ha llegado al ballet ruso dominando la escena, disponiendo galas y embajadas. El ballet siempre ha sido tan buen diplomático como el pimpón. Es así que esta compañía aparece en Madrid vestida lujosamente de la mano de un nuevo banco de aquel país, y con un plantel que, aunque irregular, tiene destellos de buen oficio, más estimable en las bailarinas que en los hombres, donde en la mayoría de los casos, cuando no sobran kilos falta técnica. Las mujeres se llevan la palma, batalladoras, de buen giro y ágil batería, con el condimento de la proyección típica del canon escolar moscovita.No puede hablarse aún de un cristalizado ballet ruso postsoviético. La danza clásica actual de Rusia vive generalmente de las rentas, de un pasado inmediato marcado a fuego en el estilo donde hubo mucha gloria y también horrores de nefasta memoria. Petrov y su tropa se empeñan con toda honestidad en la renovación y la vuelta a ciertos rigores perdidos.
Ballet del Kremlin Coreografía de Marius Petipa, VIadírnir Vasiliev y Andréi Petrov
Noches rusas de Navidad en Madrid. Centro Cultural de la Villa de Madrid. Hasta el 18 de enero.
En una velada donde no faltaron ministros, banqueros y una pléyade de funcionarios con señoras de visón en ristre, el largo programa no aburrió. La primera parte, compuesta de fragmentos clásicos, tuvo sus tres más altos momentos en tres mujeres: Bogoroditskaia, en Cisne negro; Grigorieva, en Flores de Genzano, que hizo un bournonville a la rusa, y, sobre todo la gran estrella de la noche, Oxana Levina, en La Colombina de Carnaval de Venecia, perfecta de estilo, oído, ritmo y acentos.
En la segunda parte, Bocetos, de Petrov, sobre una música extraordinaria de Schnitke, recreando a Gogol y extrayendo en clave caricaturesca a los personajes de su obra, especialmente de Almas muertas. Este ballet va de la herencia del realismo socialista a la sátira más cruda. Es una línea que pervive en el ballet teatral ruso desde los años veinte, desde Mayakovski a Zajárov, desde Makárov al propio Jacobson. Schnitke estructuró una partitura plena de guiños a Prokófiev, al uso balletístico de la celesta, a las campanas litúrgicas hasta conseguir una obra bailable de principio a fin que recuerda su propio. Peer Gynt para John Neumeir en Hamburgo en 1989 y donde no faltan aires de tango o fox-trox.
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