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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Decepción en empleo

EL BALANCE del empleo en 1997 es, vistos los resultados y las expectativas generadas por el propio Gobierno, muy mediocre. A pesar de la reactivación de la economía, de que ésta se sitúe en el centro de un círculo virtuoso (baja inflación y déficit, bajos tipos de interés y crecimiento sostenido) y de la proverbial autocomplacencia del equipo económico -que declaró 1997 "año del empleo"-, lo cierto es que el número de parados registrados en el Instituto Nacional de Empleo se redujo tan sólo en 140.000, una cifra notablemente inferior a los 173.000 que disminuyeron en 1996 o los 198.000 descontados en 1995 (último ejercicio completo de los socialistas en el Gobierno), en ambas ocasiones con tasas de crecimiento muy inferiores a las del último ejercicio. Aunque los datos del Inem no sean un reflejo exacto de la realidad laboral, más próxima a las cifras de la Encuesta de Población Activa, su evolución confirma que la generación de empleo está muy por debajo de las tasas de crecimiento económico y que no existe confianza, por parte de los emprendedores, para crear un número significativo de puestos de trabajo.Aunque el Ejecutivo se empeñe en generar expectativas excesivas -el hambre de propaganda- que luego generan frustración, como le ha ocurrido al anticipar para diciembre una reducción del paro en 30.000 personas que al final ha resultado en 18.000, no todo son noticias decepcionantes en materia de empleo. Las colocaciones indefinidas sumaron más de 700.000 contratos en el año, duplicando así las cifras de 1996. Gracias a la reforma laboral pactada por los sindicatos y los empresarios, disminuye el empleo precario y aumenta la confianza de los consumidores; si el empleo no progresa lo suficiente en cantidad como para reducir sustancialmente el paro estructural, al menos los puestos de trabajo que se generan son cada vez más estables.

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El paro bajó en 1997 menos que los dos años anteriores

El paro es el principal problema económico español, pero también europeo. Las autoridades alemanas acaban de reconocer la imposibilidad de alcanzar el objetivo de reducir s u desempleo a la mitad en el año 2000, al verificar que 1997 ha concluido con una cifra récord de 4,5 millones de parados. En Francia, el Gobierno está preso de un programa que en modo alguno encuentra la complicidad de las cifras, con tensiones sociales cada vez más agudas. En contraste con las dificultades europeas, la economía estadounidense ha concluido el mejor año desde 1973 en lo que al empleo se refiere. Su tasa de paro oficial, el 4,7%, se exhibe como principal rasgo diferencial de su modelo económico, más flexible y con menos obligaciones fiscales, de solidaridad y contractuales para el empresario.

Sería absurdo creer que ese contraste deriva exclusivamente de la normativa laboral diferente y despreciar lo que en realidad subyace tras esos indicadores de empleo: la desigual capacidad para emprender y los incentivos que en uno y otro continente existen para poner en marcha proyectos empresariales. El empleo lo crean, sobre todo, los empresarios privados, y de la calidad de éstos, en mayor medida que de su número, depende la generación de riqueza. Es en este punto donde las reformas estructurales pendientes pueden desempeñar un papel relevante. El momento es propicio: las economías europeas abordan un periodo en el que la favorable complicidad del ciclo económico permitiría eliminar algunos de los obstáculos que dificultan las iniciativas creadoras de empleo y de riqueza.

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