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Tribuna
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El niño

El periódico clandestino francés-Combat, creado desde la Resistencia contra la ocupación -nazi y dirigido por Albert Camus y Pascal Pia, mostraba en la portada la leyenda: "Tanto en la guerra como en la paz, la última palabra siempre es de los que no se rinden". El siglo agoniza entre guerras fratricidas y una paz que cuelga de un hilo quebradizo, anticipando el gran desastre, la gran ola de miseria que nos está engullendo. El Tercer Mundo se puebla de sangre inocente mientras el primero desvía la mirada o, con pruritos imperialistas, lo somete y expolia, ante la complicidad de una ciudadanía que comienza a despertar de un eterno letargo; de una juventud que enseña a los adultos el fecundo sentido de la palabra fraternidad, quitando tiempo de sus estudios y puestos de trabajo, utilizándolos en las ONG. Las ONG, en muchos dejos países del Tercer Mundo o inframundo, constituyen el 80% de la actividad de los ministerios de Sanidad. El Gobierno popular, en este punto, está aplicando leyes restrictivas, que favorecen únicamente a las ONG del ámbito de la Iglesia, algo muy de la derecha, alegando que bastantes de las laicas son fantasmas, lo que es un criterio nada solvente.Se está produciendo una rendición generalizada de la condición humana, debido al aburrimiento, la holgazanería, el miedo a lo incómodo, la falta de valor, de una moral que brilla por su ausencia, así que la última palabra a nadie pertenece, porque las dadas en momentos de supuesta generosidad, los tratados de buenas intenciones rubricados al calor de la indignación internacional, son agua de borrajas que se desbordan cuando amenazan los ruidos de sables o cuando se aplica eso que se ha denominado el pensamiento único y que está acentuando las desigualdades. Si la economía comunista ha demostrado su ineficacia, la capitalista, dirigida por pirañas que en ocasiones arrodillan a Gobiernos legitimizados por las urnas, está abriendo simas intransitables entre los que poseen y los que no poseen. El líder sindical Nicolás Redondo, en un congreso del PSOE, dijo que a él no le interesaba la solidaridad del rico con el rico, que prefería la del rico con el pobre. El primer mundo debe solidarizarse con actos y no palabras con el tercero, donde el futuro perece de hambruna.

El niño representa el futuro, el anhelo de unas fechas que a menudo suelen coincidir con lo casual y casi nunca con lo racional. Lo casual, a lo largo de la historia, es la violencía que muchos se preocupan en comprender y pocos en combatir. Casual al amanecer no como consecuencia de hechos definibles, sino como parte fundamental del ser humano, de su instinto animal y corporativo. El niño también representa el pasado de lo que se ambicionó y no se alcanzó, de lo que se deseó y no se tuvo. Según Unicef, en el mundo mueren cada día 35.000 niños por causas evitables, al año 12 millones que aún no han cumplido cinco años. Datos siniestros éstos, que harían cundir el pánico si nos quedara un resto de humanidad, de conciencia colectiva o de lo que sea. Unicef dice que es una emergencia silenciosa, más difícil de detectar y que preocupa menos a la opinión pública, agitada por las imágenes de la televisión. Las causas de la mortandad infantil suelen ser la malnutrición y las enfermedades derivadas de ella, multiplicadas en Asia meridional y en el África subsahariana, la mayor parte del continente negro, una tierra que se pudre en el pastel planetario. El primer mundo pretende quedarse con lo bueno y dejar lo malo. Unicef asegura que son muertes más discretas que las de las guerras, lo que parece una buena definición y una pésima diferencia. Todas las vidas son iguales, tal vez, y a todas se llora por igual, pero la del niño es la fundamental, pues con su desaparición se corta de raíz la evolución, que nos ha hecho más viejos pero no más sabios.

En el Tercer Mundo los niños carecen de micronutrientes, cuya falta provoca cretinismo, carecen de hierro, vitamina A, zinc y ácido fólico. La ONU, en vez de declarar, aparte el Día de la Mujer, de la Música, etcétera, podría presionar de verdad al primer mundo, porque al cabo el problema del Tercer Mundo no es el Tercer Mundo, el problema de la mortandad infantil en el Tercer Mundo es del primer mundo.

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