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Rebajas

La gente tiene pasta. Ése era el comentario que hacía el miércoles pasado un comerciante de la calle de Preciados, con una media sonrisa maliciosa, al tiempo que se calentaba las manos con la doble intención, de calentarlas por fricción y prepararlas simbólicamente para acoger el ansiado dinero. La frase del tendero constituye el indicativo más fidedigno del optimismo económico. Alguna alegría material han debido notar en la ciudadanía, porque hacía años que los tenderos no emitían un comentario de esa naturaleza y nos tenían ya acostumbrados a sus lamentos constantes y a sus pronósticos de ruina inminente que, por fortuna, no siempre se producían. El del comercio, sobre todo el del pequeño comercio madrileño, es un sector llorón por excelencia y, por tanto, ese cambio de ánimo ahora percibido constituye a mi entender un acontecimiento de primera magnitud. Un signo tangible y de mayor relevancia y envergadura que cualquier oscilación bursátil o que las grandes cifras que maneja el ministro de Economía para convencernos de que "España va bien". Los entendidos nos dirán a buen seguro que lo uno es la consecuencia de lo otro, pero llevamos tiempo presentando unos datos macroeconómicos muy satisfactorios y esos mismos expertos no acababan de explicarse por qué no se animaba el consumo. Lo cierto es que ahora sí que tira.En Madrid la campaña de Navidad ha sido simplemente espectacular. Tanto, que los empresarios han llegado a calificarla de la mejor de la década con la única posible excepción de la del 92, que fue el año en el que tiramos la casa por la ventana. Cómo estará de animado el patio que algunas zonas comerciales que venían languideciendo en los últimos años, como Bravo Murillo, Goya, Alcalá o el Bulevar de Vallecas, han recuperado el tono vital y los beneficios de antaño. Los de la patronal de los grandes almacenes, que suelen llevar las cuentas al céntimo, están convencidos de que el elemento decisivo de este repunte ha sido el adelanto de la campaña navideña, iniciada a mediados del mes de noviembre, y la posterior apertura de las tiendas todos los domingos de diciembre. Tan persuadidos están del potencial consumista de la Navidad que comerían turrón y mazapanes y meterían villancicos por la megafonía los doce meses del año con tal de vender. Es evidente que cuantas más facilidades se le den al consumidor para comprar y más se le jalee mayor será la tendencia a gastar; sin embargo, lo que realmente uno necesita para poder comprar es dinero de curso legal, y ya pueden adelantar la campaña de Navidad al mes de agosto o abrir las veinticuatro horas los siete días de la semana, que como no haya dinero las ventas nunca funcionarán.

El pasado miércoles comenzaban las rebajas en los grandes almacenes y la euforia no aflojaba. Las primeras jornadas de codazos, empujones y colas en las cajas registradoras parecen confirmar las previsiones más optimistas del sector, que llegan a vaticinar un gasto de casi un cuarto de billón en la actual campaña. Ya sabemos que cuando la estadística dice que cada ciudadano se come un pollo, alguno se come dos y hay otro que no se come ninguno, pero, según los cálculos generales, que son los que cuentan en los negocios, cada madrileño gastará como término medio cincuenta mil pesetas, incluidos niños y ancianos. Si la suya es una familia corriente, no tiene más que multiplicar esa cantidad por el número de miembros que la componen para hacerse una idea de lo que le espera de aquí al 28 de febrero, fecha en la cual concluirá la actual campaña de oportunidades. Comprar barato siempre está bien y hay auténticos especialistas en rebajas que las aprovechan para hacer encaje de bolillos y sacarle el mejor de los partidos al presupuesto doméstico. Es la acción más inteligente, en abierto contraste con los compradores compulsivos que acuden como posesos a los mostradores de las ofertas hipnotizados por las supuestas gangas que no necesitan para nada. Dicen los economistas que es bueno que despegue el consumo, y los comerciantes, que son por definición vendedores insaciables, sonríen de nuevo porque la gente ha vuelto a gastar. Mire en su cartera y medite sí debe o no participar de tal euforia. Igual no le conviene tenerles tan contentos.

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