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Tribuna
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Estrategia

Solicitar, pedir, postular, pretender, impetrar, si fuera el caso, son circunstancias en las que, con varia frecuencia, nos encontramos. Dispensar, atender, otorgar, admitir, serían los correlativos en el otro lado de la red. El pedigüeño siempre toma la iniciativa, tantea el terreno, medita la maniobra, pondera la demanda, gradúa y escalona las exigencias.En verdad, las posibilidades iniciales se inclinan, son más amplias en el campo demandante, aunque los efectos subsiguientes rara vez correspondan con las intenciones. Podríamos tomar ejemplo ambulante de la mendicidad madrileña, otrora boyante y destacada, cuyas ráfagas imaginativas la hicieron irresistible y variopinta.

Desaparecieron las verdaderas 0 fingidas gitanas recitando la interminable letanía del menester de los churumbeles, o la oferta de un risueño futuro -"¿Te la digo, resalao?"-

Ya no vemos al titiritero funámbulo, ni al cíngaro y su cómplice, el aburrimiento y apolillado oso haragán, anillado por la nariz; o el cetrino fugitivo pastor con la cabra que subía y bajaba, sin convicción, por una corta escalera. A lo sumo, el moderno trilero, en los aledaños de la Puerta del Sol, que sonrojaría al espabilado charlatán, dispuesto a vendernos y convencernos de cualquier cosa: ''Estáte quieto, niño, que va a trabajar la rata", una rata inexistente, de entidad inducida por el pícaro.

0 el morito, con el mono lúbrico y ladrón.

Tiempo, ilusiones idas.

En nuestro mundo, tenido por realista, transitamos, con renovada intensidad, por el camino de los favores solicitados: la ayuda, el empujoncito, apenas el sablazo -curiosamente caído en desuso, nadie sabe cómo ha sido-; la recomendación, la influencia traficada...

Quizá Madrid siga siendo corte de los milagros, igual a sí misma. No resisto, porque es mi propósito definir la finísima estrategia de un poderoso amigo, cercado con asiduidad por la amplia nómina de solicitadores que pulula en la vida capitalina.

No es fácil llegar hasta la cercanía del pudiente, porque los grandes de la tierra se mueven en circuitos muy estrictos; no pasean ni frecuentan los bares o casinos, y rara vez se les ve en un cine o en la grada del estadio. Hasta cuando viajan en avión, salen y llegan a través de un sutil tamiz de salas VIP, inaccesibles para el común de los mortales. Empero, es posible alcanzarles por vía postal, ya que el fax se considera, aún, medio parvenu, con ribetes de insolencia contra la intimidad. Queda la misiva que el pretendiente lleva hasta la frontera de la secretaría particular.

¿Cómo reacciona este hombre genial? La callada es la peor de las respuestas; la dilación desaconsejable, ya que no existen demoras para quien algo o mucho espera. Su técnica es de una sencillez deslumbrante: ponerse inmediatamente en contacto con el sobrevenido corresponsal. Si ha dejado un teléfono de referencia, éste sonará apenas un par de horas después de haber depositado el mensaje, lo que colma de sorpresa, gratitud y petulancia al rogante. "Acabo de recibir tu carta y voy a leerla con la mayor atención. Me ha alegrado mucho saber de ti", musita en tono confidencial. Los siete u ocho segundos empleados son altamente rentables y producen un instantáneo sentimiento de recompensa.

Nos. sentimos obligados ante tamaña cortesía y miramiento. Apenas cabe balbucear alguna avergonzada excusa por haber dispuesto de su tiempo. "Bueno, querido, ya tendrás noticias mías. Te deseo un año próspero y feliz". En absoluto, creo que sea hombre insensible a las dificultades y aflicciones del prójimo.

Sospecho, más bien, que milite entre quienes estiman que no hay mal que cien años dure, ni desventura permanente.

De una parte, se quita el mochuelo de encima, pero también suministra, de inmediato, enormes dosis de esperanza, serenidad y entereza para soportar cualquier infortunio, con el respaldo de tan sólida amistad. ¡Qué tío más listo!

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