Trágala
"Fue en Nueva York / una Nochebuena...", cantaba Concha Piquer, la "gran señora de la canción", como la llamaron sus escritores (y la titularon canzonetista, tonadillera, por huir de cupletista": y de Miguel de Molina), y estos días las emisoras repiten el canto con toda la fuerza del culto español. Estaba Concha con su compañía en Nueva York, celebrando las nochebuenas, cuando se escuchó Suspiros de España y todos enmudecieron de dolorosa nostalgia: ¡España! (Ahora los del PP vuelven a decir "...páaña", como en los tiempos de las arengas; mientras se les va de las manos). Aparte de que los suspiros eran los dulces peculiares de una confitería llamada España, en Cartagena, pienso que me gustaría mucho sentir nostalgia de España. O sea, estar lejos. De la España de Baqueira. Hasta ahora no he sentido nunca nostalgia más que de la Antiespaña, como la llamaban ellos. Tenían una cierta razón, pero al final han venido a hacer algunas cosas que no se dejaban hacer entonces. El internacionalismo es suyo, y éste va a ser su año. Y una especie de federalismo que se consagra cada día. Claro que Pujol no es Maciá ni Companys -a Companys le mataron por serlo: se lo entregaron los alemanes que ocuparon la Francia donde se había refugiado, y le asesinaron en Montjuich- ni me parece que Aguirre -"Napoleonchu", para los españolistas- fuera Arzalluz. Tampoco éste es el internacionalismo que se buscaba: una cosa era el de Marx y otra el de Aznar. Una cosa fue el comunismo libertario del federalismo y otra la Europa de Kohl: la Europa de las Bolsas. Otros ideales de la anarquía de entonces -hasta han roto la verdad sincera, decente y clara de la palabra: han hecho de "anarquía" un sinónimo del desorden-, como el aborto y el divorcio, los han aceptado, con pequeñinas miserias restrictivas, con vergonzantes trivialidades. Como están haciendo con la ley de parejas de hecho: la retienen con sus cuerpos de rémoras -los pececillos que se adherían al fondo de las embarcaciones y detenían su marcha, según los antiguos-, pero Ia nave va", como en Fellini. Se lo van tragando. "Trágala, perro", les decían los liberales, al empezar el XIX, cuando esta palabra no había perdido aún su virginidad: qué miedo le tienen al idioma verdadero. Lo importante del catalán no es su forma, su utilización legal, el absolutismo pujoliano, sino lo que se diga en catalán. O en cualquier idioma. "Trágala tú, servilón", cantaban a los absolutistas. Se la van tragando.
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