Un pensador libre
Comelius Castoriadis murió el 26 de diciembre de 1997. Así, el hombre que personificaba la energía creadora se fue sin el menor aviso, dejando tras de sí una imagen y un símbolo que los jóvenes pensadores de hoy y de mañana deberán descifrar con todo rigor. Corneille (como se le llamaba entre amigos) representaba lo mejor que el pensamiento emigrado había producido en Francia después de la II Guerra Mundial. Pero era también raro en su género: pensador, ciertamente; pero también militante, aguafiestas, implacable con los pedantes, muy ácido con los conformistas, despreciativo con los seudointelectuales.No recordaremos aquí la gran aventura de Socialismo o Barbarie, revista creada por Castoriadis en 1949, y que, hasta 1965, desarrollará una crítica premonitoria y tan lúcida del marxismo oficial; no insistiremos en la revista Libre, creada en 1970, con Claude Lefórt, Miguel Abensour, Marcel Gauchet y Pierre Clastres; la sola evocación de estos nombres muestra el destello de actividad intelectual y la riqueza de debates que ella prometía, y que ha tenido. Quizá sea demasiado pronto para hablar apresuradamente de la obra de este pensador solitario en el momento de su desaparición. Sólo algunos raros alter ego podrían ofrecemos un análisis a la vez preciso y sintético de su pensamiento. Pero no es necesario ser especialista en Castoriadis para medir la importancia de su aportación al pensamiento contemporáneo. Era al mismo tiempo un pensador herético, asombrosamente original e indomablemente radical.
Herético, porque desde su partida de Grecia, después de la II Segunda Guerra Mundial, y después de haber visto sobre el terreno (¡cuántas veces volvía sobre este primer trauma!) cómo el partido comunista staliniano masacraba a los opositores de izquierda, sobre todo, a los trotskistas, Castoriadis desarrolla una aversión e incluso un odio saludable contra toda forma de ortodoxia ligada a un partido, un Estado o una Iglesia. El núcleo de la herejía de Castoriadis, que hará posible todo su pensamiento futuro sobre la autonomía, reside precisamente en esta aventura primera, en esta praxis política que le hizo orillar la muerte envarias ocasiones, ya que no podía aceptar que la obediencia a la estrategia imperial de Stalin fuera considerada como el índice de las categorías del pensamiento marxista. De ahí el camino que ha seguido su pensamiento, que alumbrará el trabajo de Socialismo o Barbarie y el de una generación de intelectuales militantes.
Corneille critica el marxismo staliniano en nombre del trotskismo, pero su innato carácter herético le hace entrever de entrada los límites de esta crítica. Por eso emprende, casi simultáneamente, la crítica del trotskismo en nombre del marxismo radical, renovado por una aproximación iconoclasta al pensamiento de Marx, comparable a la de Karl Korsch y, sobre todo, a la de Rosa Luxemburgo. Y esta referencia al marxismo radical (a la que jamás renunció) será profundizada, superada, en nombre de una antropología psicoanalítica cada vez más refinada. Marx y Freud, en suma, la sociedad y el sujeto. Pensador original, Castoriadis concibió el sujeto, el Ser, en la gran tradición de la filosofía aristotélica de la totalidad, rechazando la compartimentación del racionalismo reductor, del empirismo lógico o del positivismo evolucionista. Más próximo de lo que parecía a la Lebensphilosophie (de Dilthey a Sinimel), Castoriadis se vincula al problema del ser a partir del análisis del proceso de socialización por el trabajo, y, sobre todo, del fundamento originario propio a toda actividad humana, el pedestal de la creación "socio-histórica" del imaginario radical, antropológicamente determinado, del que resulta toda forma instituida de lo social.
En relación con el marxismo, Castoriadis utiliza esta categoría del imaginario como una verdadera máquina de desconstrucción. Su libro La institución imaginaria de la sociedad (1975) desestabiliza toda problemática que intente pensar lo social a partir de "instancias", de "niveles", o de "infraestructuras / superestructuras", es la mediación constituyente del imaginario social la que funda el Todo, la que es necesario revelar para comprender el hecho humano. Así, la sociedad no puede ser concebida como una estructura funcional: la funcionalidad viene después del encuentro de los imaginarios socializados.
Indomablemente radical, el pensamiento de Castoriadis siempre se ha opuesto a los compromisos con los poderes del momento. Tras el fracaso del marxismo fosilizado, rechaza el conformismo antiemancipador propio del pensamiento único, que a su juicio constituye una regresión comparable a la del totalitarismo. Corneille era un demócrata radical, por eso no ha dejado jamás de criticar ácidamente la democracia moderna, a la que veía como el acabamiento equivocado de una falsa libertad y como el sistema de incorporación del liberalismo económico. Para él, esta democracia encuentra su límite en el hecho de que no permite de ninguna manera no más que los sistemas totalitarios que ha combatido justamente el desarrollo y la autonomía del individuo. Castoriadis piensa al individuo en su radicalidad; cree en la autonomía no en el sentido anárquico, sino en tanto que ella es la condición de un vínculo social fundadoen la responsabilidad del sujeto. La responsabilidad, el gran tema de Las encrucijadas del laberinto (1978-1997). Castoriadis permanece vinculado, hasta en sus últimos escritos, a la idea de una sociedad fundada en la autogestión. Y concebida ésta no como un sistema económico entre otros, sino como una filosofía en la que la libertad del sujeto existe y se moldea en las coacciones de la sociedad, mientras que éstas son el resultado siempre renovado de la necesidad antropológica de vivir juntos, que es necesario saber dominar en función de la emancipación humana. Un gran espíritu se ha apagado. Y el pensamiento de Castoriadis sigue siendo lo que siempre ha sido: una invitación a no olvidar jamás la solidaridad.
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