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La CIA, los submarinos rusos y el Teneguía

Parece un argumento de Graham Greene: en 1971, el hombre de la CIA en Lanzarote echó una ojeada de rutina a los sensores discretamente instalados en la casa donde residía. Lo que leyó en ellos le erizó los pelos de la nuca: el descomunal batifondo océanico captado por los sonares instalados en el lecho marino aledaño a las Canarias indicaba que algo gordo se cocía debajo de la superficie. No podía tratarse de un solo submarino, reflexionó: el volumen del ruido sugería al menos el desplazamiento de una flota de naves enemigas.

El Pentágono acogió los datos con preocupación. ¿Qué pretendía esa flota de submarinos, probablemente soviéticos, seguramente nucleares? La persistencia de los ruidos en los días sucesivos hacía pensar que los sumergibles permanecían rondando en torno al archipiélago. Tras nuevas lecturas de los datos, otra hipótesis se abrió paso: el origen de las señales captadas por los sonares provenía del fondo de la Tierra. Días más tarde, confirmando la hipótesis, el volcán Teneguía entraba en erupción en la isla de La Palma.

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Esta anécdota referida por Vicente Araña ilustra el enorme cambio ocurrido en los últimos 25 años, cuando, fuera de la CIA, no había en España ni quién ni cómo dar la alarma volcánica. Hoy la vulcanología española se ha puesto a la altura internacional.

Los vulcanólogos han sabido aprovechar en beneficio de su formación el filón ofrecido por las Canarias: la variedad de sus lavas, de sus conos volcánicos, de sus anomalías geotérmicas y de esa maravilla de la naturaleza, el túnel volcánico de La Corona de Lanzarote, de casi siete kilómetros de longitud. Por esos méritos, el Teide fue designado por la CE uno de los seis volcanes-laboratorio de Europa.

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