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El retorno de los titanes

Emilio Menéndez del Valle

Una combinación de sentido común y de evidencia motiva a veces a personas despiertas a invocar la memoria histórica, aletargada con demasiada frecuencia por la sociedad de consumo y la molicie. Acertadamente intuyen -y denuncian- la presencia de factores que podrían retrotraer a la polis alegre y confiada la era de los titanes. La expresión es del pensador germano Ernst Jünger, quien afirma que nuestro tiempo es malo para los poetas y que teme que el siglo XXI sea la época en que aquéllos regresen. No significa esto que el siglo XX haya sido plácido, pues Jünger manifiesta que "cuando el pasado siglo estaba a punto de terminar, recuerdo que desde al Kaiser hasta el último trabajador recibieron con optimismo la llegada del nuevo. En 1914, aquel optimismo comenzó a desaparecer".Tras un 1914-18 hubo un 1936-39 y luego un 1939-45. Después, en Europa vino la paz, aunque no en todo el continente coincidió con la libertad y la democracia. El mérito del presagio jüngeriano estriba en que -aún disfrutando de la estabilidad del contexto europeo- advierte sobre la conveniencia de no confiar en demasía ni en darlo por permanente. No fiarse ciegamente del pedigrí democrático o civilizacional de las sociedades europeas es signo de inteligencia, sobre todo si se recuerda que en una nación tan culta y civilizada como Alemania, un hatajo de titanes pretendió, hace tan sólo medio siglo, asaltar los cielos europeos.

De ahí la importancia de reivindicar la historia y el respeto a la misma, en cuanto señas de identidad del Estado democrático. Bien dice Marc Carrillo que el olvido o la ignorancia de la historia devalúa el Estado democrático (EL PAÍS, 28-11 -97), al tiempo que Vidal Beneyto, el día que se cumplía el 22 aniversario de la desaparición del dictador Franco declaraba que sin memoria no hay identidad democrática. De forma que si efectivamente queremos conservar la democracia e impulsarla a nivel mundial -cosa que no debemos dudar puesto que se trata del mejor de los sistemas conocidos- hemos de tener presente la historia, la nuestra y la de los demás.

Tener presente la propia implica no olvidar que los titanes prevalecieron entre nosotros casi cuatro décadas y que aspirantes a titanes se mueven como peces en el agua en nuestra democrática sociedad. En Europa y en el mundo algunos que lo han sido en el siglo XX ansían de nuevo serlo en el XXI. Hallan, por ejemplo, adecuado caldo de cultivo en una "democracia tutelada" como la chilena, donde han registrado ligeros avances en las elecciones recién celebradas.

Los titanes o sucedáneos son proteicos. Revisten formas diversas y tienen nexos de unión en varios continentes. En ocasiones son gentes de culturas distintas, pero con el común denominador de pretender asaltar el cielo, como hacían sus antepasados mitológicos. Hace 15 o 20 años los españoles y latino americanos padecimos. titanes como el secretario de Estado norteamericano, Haig, quien no quiso condenar nuestro 23-F porque "era un asunto interno de los españoles", pero que injería en la realidad latinoamericana cuando le placía. O como la embajadora de EE UU en Naciones Unidas, Kirkpatrick, quien en 1981 decía que sacar a colación a los miles de argentinos desaparecidos "supondría una violación de los principios de la diplomacia" y que, de los regímenes militares de Argentina, Chile, Uruguay y Brasil, manifestaba que "tienen más elementos de constitucionalismo que muchos otros países".

Cabe preguntarse si nuestro fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Fungairiño, se ha inspirado en la titánica Kirkpatrick al afirmar que las desapariciones de españoles en Chile y Argentina no deben considerarse delitos de terrorismo porque el "exterminio de la disidencia" no tuvo por fin la subversión del orden constitucional sino que "la Junta Militar pretendía la sustitución temporal del orden constitucional... para subsanar las insuficiencias de que esa orden adolecía para mantener la paz pública."

Loor a las personas despiertas y valientes, como el fiscal jefe de Cataluña, José María Mena, quien -haciendo uso de la memoria histórica al igual que otros colegas suyos en Europa- nos recuerda la necesidad de estar vigilantes. La educación en la tolerancia no incluye olvidar que existen los intolerantes.

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