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El desplome de la montaña

Andrés Fernández Rubio

Ya Plinio el Viejo dio cuenta en su Historia natural del prodigio que para la técnica y el ingenio humanos suponían las explotaciones auríferas del noroeste peninsular, que tuvieron su ejemplo mayor en Las Médulas, la mina que engordó durante unas décadas las arcas del imperio romano y que dio valor estratégico a la ruta hacia El Bierzo.Allí detalla la complejidad del sistema empleado: canales de decenas de kilómetros que transportaban el agua en suave pendiente; conducciones que producían la fuerza hidráulica necesaria para romper las tierras aluviales en las que el oro estaba diseminado; fosas, lavaderos, y esclavos víctimas de la furia depredadora. Plinio el Viejo aludía a los ruidos sordos que de pronto recordaban a todos el hundimiento de las galerías y la magnitud y riesgo de la empresa, y resumió el fragor con una imagen: ruina montium, el desplome de la montaña.

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Veinte siglos después, queda en Las Médulas la calma de los brezos y los castaños en contraste con los cúmulos de arcilla. La quiebra de la montaña son ahora pináculos rojizos; túneles que todavía se recorren y en los que los turistas -sobre todo los niños- recuperan, armados de linternas, el espíritu del puro acontecer; la Cuevona y la gran boca de la Cueva Encantada, de más de 30 metros de altura; el lago Sumido, donde crecen nenúfares blancos. Desde el mirador de Orellán se divisa al completo la abrupta perspectiva.

Las Médulas; la audacia ingenieril de los canales cavados en la roca que los arqueólogos están recuperando ahora; la iglesia mozárabe de Peñalba de Santiago y el cercano Valle del Silencio, refugio de eremitas en la Edad Media; el monasterio de San Pedro de Montes, que encaja a la perfección con el concepto románico de la belleza de la ruina; el románico de Villafranca, Carracedo y Corullón ... Todo ello, en un radio de 25 kilómetros alrededor de Ponferrada, forma una de las rutas culturales más desconocidas de España.

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