El clima, en peligro
LA CUMBRE sobre el clima que se inicia mañana en Kyoto dará al mundo la prueba de hasta dónde están dispuestos a llegar los países desarrollados para defender la salud ambiental. En ella, de acuerdo con las previsiones de la Conferencia de Berlín de 1995, deberían fijarse los objetivos para detener la contaminación de la atmósfera con gases de invernadero y prevenir así perturbaciones graves en el clima de la Tierra. Es difícil imaginar un problema más grave, más complejo y más global que el que pueda derivarse de cambios climáticos generados por los vertidos a la atmósfera de gases que aumenten la protección térmica del planeta y contribuyan a su calentamiento progresivo. Esos gases -esencial aunque no únicamente el dióxido de carbono proceden de la utilización de combustibles fósiles -petróleo y carbón- como fuente de energía. Son una consecuencia indeseada del desarrollo industrial, que ha venido produciéndose desde hace ya más de un siglo, aunque se ha agravado en las últimas décadas.Todos los países del mundo deberían tener un interés común en atajar el problema, porque todos lo sufrirán a largo plazo. Pero no todos han contribuido a crearlo de un modo equivalente, ni sus intereses a corto plazo resultan afectados del mismo modo por las medidas que habría que tomar. De ahí la enorme dificultad para llegar a un acuerdo.
Los principios aprobados en Berlín han venido a concretarse en una propuesta de reducción- de las emisiones de gases de invernadero para el año 2010 equivalente a un 15% por debajo del nivel de emisiones registrado en 1990. Se trata de un objetivo aparentemente modesto pero que requeriría de drásticas modificaciones en la política energética de los países desarrollados -únicos afectados por esas reducciones- en un escenario que no ha hecho sino empeorar desde entonces.
La Unión Europea está dispuesta a aceptar el objetivo propuesto repartiendo las obligaciones entre sus miembros de manera que reduzcan más los que más contaminan. También los países menos desarrollados se muestran favorables porque sus expectativas de crecimiento no resultarían mermadas, ya que serían los países más ricos -que son los que han creado el problema- los más afectados. Pero los países productores de petróleo se declaran contrarios a cualquier limitación que ponga en peligro su principal fuente de ingresos. Por último, Estados Unidos -que es, con diferencia, el más grande contaminador de la atmósfera en términos absolutos y todavía más en términos de emisiones per cápita- ha anunciado su oposición a la propuesta, El Senado norteamericano ha prohibido la firma de cualquier acuerdo que no involucre desde el principio a todos los países, incluso los menos desarrollados, y ha planteado además que en ningún caso aceptaría un objetivo que fuera más allá de estabilizar las emisiones al nivel de 1990 en un plazo comprendido entre el 2008 y el 2012. La posición norteamericana puede ser el mayor obstáculo para alcanzar un consenso.
El nivel de contaminación por gases de efecto invernadero está relacionado directamente con el precio de la energía, muy barata en Estados Unidos en comparación con Europa. De ahí la facilidad con que se despilfarra y el escaso incentivo para buscar mecanismos y tecnologías de ahorro. No es de extrañar que Estados Unidos se resista a aceptar compromisos que implicarían transformaciones importantes en su política energética. El reflejo nacionalista, además, convierte en antipática para los norteamericanos la idea de verse obligados a afrontar esas transformaciones como consecuencia de la decisión de un foro internacional.
Esperemos que sea posible llegar a alguna forma de consenso y se aprueben medidas significativas para frenar el deterioro de la atmósfera. Es mucho lo que nos jugamos en el envite, y no deben ahorrarse esfuerzos de investigación y de negociación.
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