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Derecho a la pereza

Pese a sus discrepancias a la hora de interpretar y valorar los resultados de la Cumbre de Luxemburgo sobre el empleo, celebrada el pasado fin de semana por los jefes de Estado y de Gobierno de los quince. socios de la Unión Europea (UE), casi todos los observadores parecen estar de acuerdo en una conclusión esperanzadora: por vez primera en la historia de la construcción comunitaria, el paro acompaña a la inflación, el déficit presupuestario, la deuda pública y los tipos de interés en la lista de indicadores económicos sometidos a la supervisión multilateral de los Estados-miembros. Los sociólogos estudian los procesos mediante los cuales los gobiernos, las élites y los medios de comunicación compiten entre sí con el propósito de fijar la agenda de las cuestiones sometidas a debate público; la inclusión y la jerarquización de los asuntos en el temario de la discusión cotidiana de los ciudadanos condicionan decisivamente el desarrollo de la vida política. Aunque sólo hubiese servido para cumplir esa misión, la Cumbre de Luxemburgo se habría ganado honradamente los garbanzos.Ciertamente, las enseñanzas de la historia modifican los comportamientos de las generaciones posteriores: la Europa unida del siglo XXI no se parecerá seguramente a la desgarrada Europa de entreguerras (el periodo que transcurrió entre el armisticio de 1918 y la invasión de Polonia por Hitler en 1939). Pero no cabe olvidar que la hiperinflación de la década de los veinte y el desempleo masivo de la década de los treinta incubaron el huevo de la serpiente nazi en la República de Weimar. Durante los llamados treinta gloriosos años de la segunda postguerra, el crecimiento económico y el pleno empleo parecieron disculpar la existencia de tensiones inflacionistas; sin embargo, la monstruosa criatura de la estanflación -digna del Manual de zoología fantástica de Borges- engendrada por crisis del petróleo cambió esa mentalidad permisiva: los mecanismos de retroalimentación entre la espiral inflacionista, el estancamiento y el desempleo hicieron inexcusable la lucha de los gobiernos contra la escalada de precios.Pese a las preocupantes dimensiones del desempleo en Europa (hay ya 18 millones de parados), la política comunitaria había descansado hasta ahora sobre una premisa implícita: el cumplimiento de los criterios de convergencia del Tratado de Maastricht y la flexibilización del mercado laboral serían condiciones no sólo necesarias, sino también suficientes para acabar con el desempleo. La experiencia había mostrado ya la inutilidad o el carácter contraproducente del voluntarismo económico, dispuesto a descargar sobre las empresas públicas y los incrementos del gasto presupuestario la creación de unos puestos de trabajo que a la larga se revelaban insostenibles. Ahora le ha tocado el turno al fatalismo del mercado, descartado finalmente por la UE como única vía para reducir el desempleo.

El presidente del Gobierno español fue fotografiado en Luxemburgo con el paso cambiado mientras sus catorce socios desfilaban en formación compacta y adquirían compromisos de fomento del empleo a cinco años vista. Dada su inclinación a citar autores procedentes de tradiciones ideológicas alejadas de la derecha conservadora, Aznar tal vez haya sentido la tentación de buscar coartadas justificadoras de su escaso fervor para crear puestos de trabajo en El derecho a la pereza de Paul Lafargue, el introductor del socialismo en España y yerno de Marx que se suicidaría junto con su amada esposa, Laura, en vísperas de cumplir los setenta años. Pero ese irónico panfleto contra el derecho al trabajo ("¡Oh Pereza, madre de las artes y de las nobles virtudes, sé tú el bálsamo de las angustias humanas!") no le valdría al presidente del PP para su propósito; el combativo criollo franco-cubano se adelantó en 1880 a las propuestas de una semana de 35 horas con una reivindicación todavía mas revolucionaria: nada menos que la jornada laboral de tres horas.

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