La perra del periodista
Los animales son muy periodísticos. ¿Quién ha olvidado la odisea conmovedora de aquel gato que recorrió media España para volver, despeluzado y con sus garras límadas por el camino, a casa de sus dueños? Fue noticia de última página, y ahora lo es de primera el cetáceo de Santander, muerto por la ingestión, entre los pescaditos de su dieta diaria, de muchísimo plástico. Hay que ver lo que las ballenas se van pareciendo a nosotros.Hace días comí con un amigo sevillano, Francisco Esquivel, director del periódico alicantino Información, aunque aclaro que el arroz que nos tomamos mirando al mar no contenía materia plástica. Esquivel no sólo ha hecho de Información un periódico vivo sino que escribe unas columnas diarias de opinión llenas de gracia, arrojo e independencia política, razón por la que -habiendo en su día irritado a la cúpula socialista de la zona- ahora tiene en frente con armas y bagaje al reinante PP valenciano, el cual, dice el rumor a voces,le ha plantado un nuevo periódico local financiado y orientado desde su propia cúpula. También esta noticia de la zoología informativa les suena familiar, ¿verdad que sí?
Sabemos que el trabajo diario en un periódico es duro, que el periodista no tiene horario, y también que la competencia entre los medios, al margen de la lucha contra el coloso televisivo, está llegando a unos niveles de rivalidad que harán cercano el día en que las plantillas tengan más detectives privados que redactores.. Pero me impresionó oír cómo, en medio de ese encarnizamiento, de tanto acoso y tanta tensión, el regalo de una perrita husky siberiana, guapa, alegre, celosa, fiel y nada servil, había transformado los hábitos de ese por otro lado feliz padre de familia agobiado por su trabajo. Hubo tiempo, acabado el relato de su exaltación canina, de hablar de asuntos prosaicos y, entre otros de actualidad, de la súbita importancia que ha adquirido el vídeo doméstico en la marcha de nuestra vida política y judicial.
A los postres tuve un momento de abstracción egoísta. ¿Me toca a mí toda la suciedad que hoy, como la mancha de un virus en la piel, infecta al tejido social de la comunicación? Esa mancha nos toca a todos, a todos los que leemos, vemos y oímos las cosas que unos lanzan a otros, también a veces las cosas que esos otros ponen como escudo ante tanto ataque unido. Mi abstracción sin embargo iba a un terreno más específico. A un poeta, a un pintor, a un novelista o autor de comedias, ¿le va a afectar formalmente, es decir, artísticamente, el signo de una época tan asquerosa? En su reciente libro Sobre la televisión (Anagrama), Pierre Bourdieu utiliza provocativamente la palabra colaborador para referirse a los intelectuales que cada vez más utilizan la televisión y otros mass media para legitimizar a través de la arenga el dictamen veloz y superficial o el insulto, un pensamiento que tendría que depender de la reflexión, la circunspección, la duda.
España no es en esto distinta a Francia o Italia. Muchos son, y no pretendo ponerme en un limbo de inocencia, los que combinan el ejercicio de la cátedra, la ficción o el teatro con el diario examen oral y escrito en los medios. Lo triste es que, entre nosotros, a ciertos periódicos (y hay dos de ámbito nacional conspicuos en esto) que dan bula a los artistas de su cuadra y destrozan o ignoran la obra de los ajenos, responden muy a menudo los propios escritores exhibiendo un espíritu de cuerpo más propio de las armas que de las letras. Hay así una tendencia entre los inteligentes a formar en facciones que bajo supuestos de crítica política esconden la pura frustración personal, el resentimiento vanidoso o un ajuste de cuentas empresarial.
Acabado el arroz aquel día abrí el periódico. En Bulganía los perros vagabundos atacan al transeúnte, y en aras de la eficacia han aprendido a cruzar las calles por los pasos de cebra, junto a sus víctimas. Ya lo decíamos: hay bestias muy periodísticas, y algunos filósofos están hechos unos jabatos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.