La guerra de las humanidades
DisgustoAfirma Plantin en su ya clásico ensayo sobre la argumentación que no hay mejor calumnia que aquella que se difunde acompañada de algunas verdades. Por ello he leído con especial disgusto (y cierta incredulidad) el extenso artículo La historia y el olvido (EL PAíS, 9-11-97), del que es autor Antonio Muñoz Molina. En apenas treinta líneas es imposible desenredar esa tupida hojarasca de estereotipos y de verdades a medias con las que el ilustre escritor y académico construye una argumentación que, aunque se dirige a vindicar "la necesidad del saber y la disciplina: intelectual que nos hace falta para interpretar diariamente los indicios de la vida", en última instancia obra el efecto de avalar el decreto sobre contenidos mínimos de Ciencias Sociales, Geografía e Historia elaborado a instancias del actual Ministerio de Educación y Cultura. Quien vive de la escritura debiera saber que los textos no sólo tienen una textura, sino también un contexto de uso y unos efectos que conviene evaluar cuando uno se sienta a escribir con cierta vehemencia en los territorios de lo público.
Nunca comulgué con el catecismo socialista de la modernidad. Por eso, a quienes hemos ejercido el derecho a la crítica en el pasado con los unos no nos consuela certificar el empeoramiento de la situación con los otros. Quienes acuden de lunes a viernes a las aulas de las escuelas e institutos merecen un mayor rigor en los argumentos y una mayor claridad en las ideas. El sendero interminable de sofismas que se bifurcan en el texto de Muñoz Molina -sobre la abolición de la memoria en el aprendizaje, sobre el actual descrédito de los saberes humanísticos en los ámbitos educativos, sobre las maldades de tanta innovación didáctica, sobre el azote internacional de la pedagogÍa (sic).-evoca a la perfección el recuerdo de "ese español que desprecia cuanto ignora" (don Antonio Machado dixit). Ante tal cúmulo de estereotipos, el único antídoto eficaz es un paseo por algunas aulas de la educación secundaria obligatoria.
Por lo demás, cae el autor del texto en la trampa de confundir el debate pedagógico (e ideológico) sobre el aprendizaje de la historia y sobre los fines de la educación obligatoria en nuestras sociedades con las trifulcas díalécticas entre el Gobierno del PP y los nacionalismos. Y no es eso, no es eso. En cualquier caso, y pese al desacuerdo, sigo compartiendo con usted bastantes afinidades: el fervor por la música de jazz, la pasión por la literatura, algunas ideas sobre el ejercicio de la inteligencia y -junto a nuestros hijos- el disfrute de las aventuras y desventuras del bueno de Manolito Gafotas- Director de la revista de educación Signos.
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