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Oasis retorna con un espectáculo simplificado

Diego A. Manrique

Ocho mil enfervorizadas personas acogieron anoche a Oasis y Ocean Cololur Scene en el pabellón Príncipe Felipe de Zaragoza. La reaparición en la península del grupo más popular del rock de guitarras estuvo empañada por la huelga de camioneros franceses: el bloqueo impidió la llegada de los elementos escenográficos que arropan últimamente a los hermanos Gallagher y compañía. Sí pasaron los productos del merchandising, desde toda una gama de camisetas hasta humildes postales. Aunque el público, risueño y dispuesto a entregarse, optaba primero por lubricarse con cubos de cerveza.No hay deslumbrante grandeza pero tampoco engaño evidente en Ocean Colour Scene. El cuarteto de Birmingham. oscila felizmente entre ejercer de grupo feroz con rijfs perrunos y la tentación pop; así pueden evocar a Cream, Traffic, John Lennon o, glup, Cat Stevens. Una honesta medianía que se perdona por la emotividad de algunas piezas y su apabullante entusiasmo. Además, frente al encefalograrna plano de tantos conjuntos con militancia mod, en Ocean Colour Scene se aprecia tensión creativa, modesta ambición y una decidida voluntad de conectar con un público posiblemente virgen ante sus referencias estilísticas. Lástima que su ímpetu inicial fuera frenado por unas inoportunas flatulencias del equipo de sonido y las deficiencias de luces. Es ingrato el destino de los teloneros, aunque sean compañeros de farras de las estrellas.

En realidad, Oasis es más que el grupo estrella de la segunda mitad de los noventa. Los británicos han elegido a Oasis como buque insignia de un supuesto renacimiento cultural, al que no es ajeno el desprestigio de los tories y el cambio de Gobierno. Así, Oasis se sitúa por encima del bien y del mal: sugerir, por ejemplo, que su reciente Be here now es un disco descentrado debido a los excesos de tónicos bolivianos supone arriesgarse al ostracismo.

Curiosamente, la acción sindical de los transportistas galos tuvo consecuencias reveladoras. Nos quedamos sin ver los decorados de Oasis, supuestamente a medio camino entre Dalí y Alicia en el país de las maravillas. Lo que sí se presentó fue un grupo dispuesto a tocar a pecho descubierto, sin los complementos y camuflajes de los mesías del pop. Un cantante infinitamente seguro de sí mismo, al que parece que han esposado las manos detrás de la espalda, y un polivalente grupo de acompañamiento. Juntos deben ir de uno a otro extremo: del rock proletario, a lo Slade o Status Quo, al soberbio pop de amplio espectro, apto para el canto coral y la reafirmación generacional.

Con los obligados refuerzos instrumentales, ellos defienden ese repertorio dorado con competencia. A diferencia de lo que ocurre ante el público de su país, donde su éxito tiene connotaciones subterráneas de lucha de clases, en territorios foráneos disminuye la beligerancia de Manchester (y también las dedicatorias ambiguas a lady Di). Lo que permanece inalterable es el corazón de Oasis: una poderosa máquina de rock, quizás acercándose peligrosamente a la complacencia.

Mínimo esfuerzo

Apenas hay variaciones en la lista de temas interpretados ni en el orden desde que iniciaron esta gira. Cabe esperar que tan rutinaria solución no indique una apuesta por el mínimo esfuerzo. Unas canciones tan populistas, tan desdaforadas, tan opacas, tan pegajosas, tan optimistas, tan elementales necesitan vibrar y sonar peligrosas en directo. Para dar la sensación de ser un grupo vivo no basta con reproducir en el escenario la habitual bronca entre Noel y Liam Gallagher.

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