Atardece, 'Madrid, la nuit', chocolate santo
A la caída de la tarde, en esta capital de la Corte, en la calle de Serrano y cercanías, aún se meriendan las irreprochables y vírgenes tortitas con nata que ya debieron nacer en vísperas de la civilización de la comunicación. Pero nuestra gente se acuesta pronto.Y ya es la hora intocable del aperitivo, ceremonia sagrada que en los pueblos del país se ha degradado hasta el chateo malo y que en Madrid puede perdurar por barrios de bajura abandonados al vinacho avinagrado. Mas el aperitivo sigue siendo un rato de ocio de altura en Balmoral, a dos pasos de la plaza de Colón, en Chicote, el inmortal donde Ava Gardner, en sus tiempos de grandes amores y amoríos con Luis Miguel Dominguín, le juraba con las manos juntas a don Perico el de la sonrisa: "Éste ser un bar de putas, yo ser una puta".
Eran bromas gordas de la época; porque ni Chicote ha sido al pie de la letra lo que dice la leyenda, ni lo es ni lo será. Chicote es el diseño de bar (1933) más original y bello de España, y ahora, a mediodía, se tapean los mejores callos y las mejores albóndigas de Madrid, y luego se aperitivea con sosiego y con su cocktail.
Justo al lado, por la parte de atrás, a la misma altura de la Gran Vía madrileña, Del Diego se ha hecho su hueco profesional. A la misma hora, en idéntica calle, abre sus puertas el bar Cock, para que los nocturnos tempraneros beban los primeros sorbos. En la Castellana, El Hispano es un espacio diferente y seguro para evitar ruidos y para hacer negocios o manitas mientras se agota la copa. Ya son cerca de las diez de la noche: el Cock es el bar infinito de la noche donde enfundar el cuerpo, y un poco de corazón o de palabrería cuesta un trabajo no remunerado en los códigos laborales; aquí toda la noche es una trucha escurridiza.
Chicote, hasta las tres de la madrugada, continúa tejiendo la leyenda de su historia. El Hispano, que también da de cenar, resiste a sus clientes con elegancia hasta tarde. Si alguien quiere volver a los aledaños de la calle de Serrano, tiene la calle de Ayala, y en ella, el Eduardo's, lugar que dicen más de jóvenes pero donde la juventud es la que cada uno lleva entre pecho y espalda. Como la noche da para todo y para todos los caprichos, si hay que prolongarla, retorna uno al barrio viejo de Madrid, detrás de la Gran Vía, y se planta en Stars, otra modernidad.
En pocos minutos, andando o en coche, Fortuny -un lugar que perdió comba en la noche y en el día con unos años que anduvo de picos pardos- ha vuelto a encontrar el tono. Hay un café-cóctel en la calle de Argensola que, con el mismo nombre, abre las puertas de la noche; y no lejos, en la calle de las Infantas, Underwood está mucho más al día, muchísimo más que las máquinas de escribir del mismo apellido que creo que nacieron con el siglo.
¿Y por qué no tomar una copa hasta más de la una de la madrugada en el bar mítico del hotel Palace: una delicia para descansar. Luego se recomienda, y al amanecer, la Chocolatería San Ginés, en el pasadizo del mismo nombre, desde hace un siglo y cuatro años más, se abre de par en par toda la noche para reponer la física y la química del cuerpo con chocolate y churros.
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