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Tribuna
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A merced de los mercados

Emilio Ontiveros

Si se albergaba alguna duda de la extensión de la globalización financiera, los mercados bursátiles han vuelto a despejarla. Un fenómeno esencialmente doméstico o regional ha extendido rápidamente sus más adversas consecuencias a miles de kilómetros a la redonda, configurando una situación no menos dramática que la ocurrida aquel lunes negro de hace 10 años. Es cierto que pueden identificarse rasgos diferenciales entre el 19 de octubre de 1987 y este otro, pero algo permanece. La sensación de vulnerabilidad ante ese cada día más explícito desafío de los mercados.A diferencia de convulsiones anteriores, los orígenes de la actual vienen observándose desde hace tiempo. Tras sendos ataques especulativos contra la moneda tailandesa, en febrero y mayo pasados, el banco central de aquel país decidió el pasado julio abandonar a su suerte el tipo de cambio del baht, rompiendo las amarras que venía manteniendo con el dólar de Estados Unidos. Semanas después ocurría lo mismo en Filipinas, Indonesia y Malaisia y, el pasado día 14, en Vietnam.

La trascendencia de estas devaluaciones, la percepción de tales decisiones por la comunidad financiera internacional, fue tanto más severa cuanto mayor había sido el compromiso de esos gobiernos con la estabilidad de sus monedas frente a la estadounidense. La merma de la confianza en esa capacidad para sostener el tipo de cambio haría lo propio con el conjunto de la estrategia económica de esos países. En esté aspecto, el origen de la actual crisis no es muy distinto a la que originó el peso mexicano en diciembre de 1994.

La reciente escalada apreciadora del dólar frente al marco y al yen, las enormes presiones competitivas de la economía china, favorecida por la devaluación del yuan en 1994, quebraron el espectacular dinamismo de algunos de esos tigres y, desde luego, afloraron algunas de las serias limitaciones de ese modelo de crecimiento. La más explícita, pero en modo alguno la única, un sistema financiero inmaduro, altamente endeudado, pobremente supervisado y frecuentemente expuesto a todo tipo de corruptelas políticas.

Perdida la credibilidad para aguantar, nunca mejor dicho, el tipo de cambio, se ha impuesto la huida y las dudas sobre la capacidad del baluarte regional, Hong Kong, para hacer lo propio con ese régimen de currency board (tipo absolutamente fijo frente al dólar y completo respaldo de la oferta monetaria en dólares americanos) que mantiene desde hace 14 años. El conflicto entre un rígido régimen cambiario y la completa libertad con que se desplazan los flujos de capital vuelve a estar en el epicentro del seísmo, como en el otoño de 1992 en Europa.

Ese pulso con Hong Kong es ahora el verdadero test de la crisis. Si, a pesar de la defensa constituida por sus 88.000 millones de dólares en reservas, asistimos a la devaluación de su moneda, tras ella vendrán una cadena de implicaciones adversas -desvalorización de activos, quiebras de empresas, insolvencias bancarias- de las que los inversores internacionales querrán seguir huyendo, situándose a buen resguardo en los instrumentos financieros más seguros, los títulos de deuda pública emitidos por los países industrializados. Muchos ya han dado muestras de impaciencia y han anticipado su apuesta.

La facilidad con que la desconfianza se ha propagado a otros mercados de renta variable" más allá de aquellas economías cuya etiología pueda ser similar a la asiática, hay que inscribirla, además de en la socorrida psicología de los mercados -tanto más explicable cuanto más pronunciadas y genéricas fueron las alzas de los últimos meses y más próxima está la rendición de cuentas de final de año- en esa estrecha vinculación en tiempo real de todos los mercados del mundo. Esa exuberancia precedente explicaría la mayor purga sufrida por el mercado español, sin menoscabo de la particular exposición a la contaminación latinoamericana en que se encuentran algunas de sus principales compañías.

Cuando tras la tempestad retorne la calma, de la evaluación de los daños escapará la estimación del más relevante, el producido sobre la confianza de ese creciente número de ahorradores en el conjunto del sistema. Algo que será difícil de restaurar mientras no se reduzca la más explícita de las asimetrías que hoy caracteriza al sistema financiero internacional, la definida por la facilidad con que los operadores financieros pueden desplazar esas masas de capitales de unos mercados a otros y la ausencia de mecanismos de respuesta e instancias de coordinación igualmente globales con capacidad para prevenir y neutralizar los riesgos que por definición esos mercados incorporan.

La respuesta a ese desafío de los mercados no puede venir de la mano de limitaciones a su libre funcionamiento o al de sus operadores que, además de su dudosa eficacia, reduciría las evidentes ventajas que sobre las economías aporta un sistema financiero eficiente.

Más razonable es, en mi opinión, asumir la necesidad de un gobierno supranacional de las relaciones monetarias y financieras internacionales que, entre otras cosas, asuma la ineludible tarea de cerrar ese paréntesis abierto tras la ruptura del sistema nacido hace más de medio siglo en Bretton Woods: de abandonar el actual "no sistema".

Emilio Ontiveros, catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, es autor de Sin Orden ni Concierto. Medio siglo de relaciones monetarias internacionales.

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