La lección del maestro
Empezó el cante en el Festival de Otoño de Madrid. Llegó Enrique Morente, sin micrófonos, a cuerpo limpio, a voz limpia. Con una sola guitarra que, por añadidura, se le quedó escasa en ocasiones.Pero Morente es, como si dijéramos, el cante. Se halla tan imbuido por lo jondo que en cada momento sabe qué es lo mejor que puede hacer según las circunstancias, y lo hace y, efectivamente, eso no se puede mejorar. Esa noche lo suyo era un concierto clásico, los cantes de siempre con las letras de siempre, esas con las que hemos crecido los viejos aficionados. Sólo se salió de este esquema con El pastor bobo, un poema de García Lorca que incluye en su último disco Omega.
Claro que hablar de cante clásico tratándose de Mórente son ganas de metemos en camisa, de once varas, como se decía antes. Porque sus cantes nunca van a sonar lo mismo que como podía hacerlo dos o tres décadas atrás. En el tiempo. transcurrido desde entonces Morente ha creado tanta música, ha introducido un repertorio tan suntuoso de melismas nuevos, de tonalidades y matices inéditos, que buscarles parangón resulta realmente una empresa baldía.
Enrique Morente
Cante: Enrique Morente. Toque: Paquete Porrina. Madrid. Gran Anfiteatro del Colegio Oficial de Médicos. 24 de octubre.
Bellísima y doliente
Así tenemos el sorprendente fenómeno de que Morente es creador incluso con materiales que vienen del principio de los tiempos. Su cante siguiriyero, por ejemplo, que fue verdaderamente portentoso, nos deparó una versión genial de la forma silveriana "la malina lengua / que de ti murmura...", que sin dejar de ser Silverio -esto es, ortodoxia pura- fue Morente cien por cien, siguinya para herirnos en lo hondo/jondo del alma, bellísima y doliente.Es lo que maravilla siempre en el cante de Morente. Estilos que le hemos oído docenas de veces, en cada ocasión tienen algo distinto, una superación de la belleza anterior. El remate del mirabrás, los ayeos de la caña, ciertas coplas de soleá... es como si Morente buscara constantemente una síntesis absoluta en su cante, despojándolo hasta la usura de recursos expresivos, para quedarse sólo con la médula, con lo esencial imprescindible.
En su último tema de la pasada noche del viernes del Festival de Otoño de Madrid, por poner otro ejemplo, unos aires abandolaos que la mayoría de los cantaores hacen casi anodinos de puro ligeros -porque son ligeros-, Enrique Morente revuelve en ellos, se lanza en picado hacia el interior de sus entrañas y nos pone en pie con un cante hermosísimo, lleno de música propia y de increíble complejidad. Es la grandeza del genio, de este hombre que nunca acabará de sorprendernos.
Babelia
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