Los caminos del Señor
Un paseo por la vega del Tajuna, a la sombra de la fortaleza que erigió Juan de Contreras hacia 1440
A mediados del siglo XV, Castilla no era ya aquella patria chica de allende el Duero en la que alzábase un castillo "en cada roca, en cada cima, en cada cerro"; acorralados los moros en Granada, la reconquista era historia, pero había legado a los castellanos un hábito de odio Y un estilo de vida ("como beligerancia", según Ortega) que se manifestaba en luchas sucesorias, en peloteras personales -sonada fue la del marqués de Santillana y Álvaro de Luna o en abusos señoriales. Con el tiempo, los reyes prohibirían los castillos porque eran focos de discordia. Es normal que los vecinos de Chinchón se inquietaran cuando, hacia 1440, vieron levantarse una nueva fortaleza en la vega del Tajuña.El señor de sus pesadillas era Juan de Contreras El Viejo, un linajudo hidalgo de Segovia que, haciendo valer sus influencias en la ciudad -de la que llegó a ser regidor-, había adquirido extensos predios en la vega del Tajuña, dentro del término de Chinchón,. que a la sazón pertenecía a la Comunidad de Ciudad y Tierra de Segovia. A los paisanos, tal enajenación no les hizo ni pizca de gracia, y menos aún cuando Contreras estableció derechos de tránsito y de pasto en la vega, de ahí que escribieran al todavía príncipe de Asturias y señor de Segovia, Enrique IV, quejándose amargamente de aquel que, amén de otros desafueros, "puso fortaleza" que "hoy es enhiesta". El futuro rey les contestó que atajaran por todos los medios los desmanes de Contreras, pero éste siguió haciendo y deshaciendo a su antojo en su flamante señorío de Casasola, quizá porque los chinchoneses no disponían de medios, o más bien porque el hidalgo hizo un oportuno préstamo al municipio, en julio de 1449, que rebajó sensiblemente el tono y el volumen de las protestas.
En esto de tener amigos en la Comunidad, untar a concejales y edificar a capricho, Contreras fue ciertamente un pionero..., mas éste es un camino asaz espinoso por el que no vamos a adentrarnos ahora. Mucho más hermoso y andadero es el camino que conduce hasta el propio castillo: una. pista de tierra que se desvía a la derecha de la carretera Morata-Chinchón, a seis kilómetros de la primera población, y que nos va a permitir bordear el escarpe yesoso de la vega andando por su base. En un periquete nos plantaremos junto al Molino Amarillo -una aceña del siglo XIX rehabilitada como mansión rústica-, donde la pista se bifurca, debiendo tomar por el ramal ascendente pare atravesar la finca del Salitral Valderradela y, tras esta fugaz incursión en el desolado páramo chinchonés, descender de nuevo a la vega mirífica y proseguir al pie del cantil, entre álamos y nogales, hasta dar vista al castillo de Casasola.
A unos tres kilómetros del inicio, sobre una prominencia acantilada que domina media vega -desde Morata hasta Titulcia: campos ajedrezados de maizales, viñedos y girasoles-, se empinan los muros carcomidos y las tres torres desmochadas del castillo de Casasola. Unas ruinas que, al parecer, no han conocido otra restauración que la de Alfonso XII, cuyo ascenso al trono en 1874 se fraguó, según se rumorea, en nocturnos conciliábulos aquí reunidos.
Dicen los que saben de castillos que el deterioro del de Casasola obedece a que fue construido a matacaballo y con materiales deleznables, los yesos que había a mano, por temor a una reacción airada de los campesinos. Nada nos cuesta imaginar a El Viejo, en el fatigado crepúsculo de la Edad Media, oteando desde una aspillera el horizonte por la parte de Chinchón, temiendo acaso para sí la muerte indigna que el Cid auguraba a Alfonso VI en la jura de Santa Gadea, musitando con pavor: "Villanos te maten, Alonso, villanos, que no hidalgos, / caballeros vengan en burras, que no en mulas ni en caballos; / mátente por las aradas, que no en villas ni en poblado..." Cuánto miedo, cuánto odio, cuánto castillo inútil.
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