A lo loco y con la cara de otro
Tercera incursión del hongkonés John Woo en el mundo de la gran producción hollywoodense, y por fin ha logrado dar con la tecla justa. Cara a cara transmite una decidida voluntad de su director por creerse hasta el final las peripecias que cuenta, de llevar hasta el límite el brutal enfrentamiento entre los dos artífices máximos de la función, Travolta y Cage; de poner su inmenso talento para la recreación de la violencia al servicio de una reflexión sobre la frontera moral que limita a una parte y otra de la justicia: la venganza.Ciertamente, el espectador no avisado tendrá que condescender con un elemento chocante, que no es otro que la operación quirúrgica que está en la base del filme y que provoca un fascinante descalabro en la capacidad de empatía que cualquier actor provoca en el público. Por un irónico juego de cambio de personalidades, que Woo lleva adelante con enorme entereza hasta casi hacérnoslo creíble, el espectador estará en jaque respecto a quién es el objeto de su identificación, si el Travolta que, héroe de una pieza en el primer tercio del filme, ha conducido hasta allí nuestra atención, o el Cage que tiene ahora los rasgos de nuestro ínclito héroe.
Cara a cara (Face/off)
Dirección: John Woo. Guión: Mike Werb y Michael Colleary. EE UU, 1997. Intérpretes: John Travolta, Nicolas Cage, Joan Allen, Alessandro Nivola, Gina Gershon, Dominique Swain. Estreno en Madrid: cines Acteón, Novedades, Conde Duque, Odeón Plaza Aluche, Vaguada, España, Callao, Carlos III, Ciudad Lineal, Liceo, Roxy A, Victoria, Albufera Multicines, Colombia, Real Cinema.
Es éste uno de los inteligentes guiños que los guionistas, Werb y Colleary, hacen a la platea; pero no es el único. De hecho, como en todas las películas de Woo, de lo que aquí se trata es de dejarse ir por la caligráfica, perfecta armonía de sus violentas coreografías, animadas por un invencible sentido del exceso, pero siempre impecablemente realizadas. Es en este sentido que cabe hablar del chino como de un maestro de la violencia, el confeso inspirador de los desaguisados de su más aventajado alumno, Quentin Tarantino; pero también un cineasta que cree honradamente que el delito es la otra cara de nuestra más o menos satisfecha cotidianidad y que merece tanta atención, o más, que la bondad intrínseca de nuestros semejantes.
Una sola carta
Ciertamente la película se la juega a una sola carta, y si el espectador se pone exigente y se niega a participar de la propuesta de creerse que el poli puede ser el malo y viceversa, la función se le quedará en un enorme castillo de fuegos artificiales.De todos modos, se aprecia en el cine del oriental la respetable opción de que jamás pretenda dar gato por liebre: lo suyo es la puesta de largo del cine de kárate y sus discretos hallazgos, el choque adrenalínico y el ritmo trepidante... ese mismo que sus discípulos intentan emular, pero con resultados mucho más discretos que el de su humilde, jamás confesado maestro.
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