La pequeña política
André Maurois recordaba en un texto biográfico esta frase de Napoleón Bonaparte: "Yo no soy un Don Quijote que tiene necesidad de buscar aventuras. Soy un hombre de razón que sólo hace lo que cree que es útil". Razón, acción, utilidad. Son fundamentos de todo impulso político creador y motivan las actuales peticiones de una política universitaria sólida. Su carencia hace que las circunstancias cotidianas puedan empujarnos a la rutina y a aceptar la validez de la pequeña política.
Pero con la pequeña política no se puede construir el futuro de la Universidad. La política universitaria requiere grandeza y apasionamiento. Quienes creemos que la educación es el más poderoso instrumento de transformación social, de lucha contra la marginación, de solidaridad y de tolerancia soportamos mal los periodos de estancamiento, aunque sepamos interpretarlos política e ideológicamente. No avanzar es retroceder. Un ejemplo: no se están abordando las reformas institucionales que permitan mejorar la coordinación del sistema universitario y la gestión de las propias universidades aceptando el principio de la autonomía.
Ante la ausencia del mencionado impulso político, con el consiguiente compromiso económico, las universidades no deben mostrarse conformistas y esperar tiempos mejores . Uno de los cambios más importantes que hoy se perciben de las interrelaciones entre la sociedad y la Universidad es el referido a la formación no reglada. Aprenderlo todo de una vez y al principio es un modelo que ha quedado anticuado. Volver a la universidad para actualizar conocimientos y adquirir habilidades en tecnologías avanzadas, la segunda oportunidad, la formación de adultos, la lucha contra la exclusión y la marginación por razones de formación son ideas que cambiarán nuestras instituciones universitarias de forma acelerada.
Se debe incorporar un desarrollo sistemático e institucional de los programas de formación permanente dentro de la oferta de estudios de cada universidad. Se derivarán dos consecuencias positivas: reequilibrar el peso de los distintos campos del conocimiento y encontrar nuevas fuentes de financiación, aunque inicialmente tengan un peso presupuestario modesto. Las humanidades pueden participar de forma destacada en esta innovación educativa. El sentido central de las áreas humanisticas es clave para el progreso armónico del saber. La crisis originada por la disminución de demanda de estos estudios por parte de los jóvenes es peligrosa, pues puede hacer caer a los responsables académicos o políticos en el utilitarismo a la hora de definir prioridades bajo la presión de solicitudes de dotaciones, plazas, infraestructura, etcétera.
Otra propuesta es la elaboración de materiales para la divulgación del conocimiento y la colaboración con los medios de comunicación (especialmente televisiones y productoras de vídeos) en programas educativos. Si una universidad está detrás de estos productos, es una garantía de seriedad y rigor. El seguimiento de titulados sería otra iniciativa; esto es, el apoyo a aquellos que fueron sus estudiantes y han iniciado su vida laboral: ofrecerles oportunidades de reciclarse, introducirles en nuevos campos del saber o en nuevas oportunidades laborales, mediante el apoyo a distancia por redes y sistemas de consulta o la constitución de entidades mixtas con organismos empresariales y sindicales para desarrollar programas de formación.
Las profundas modificaciones sociales y económicas, así como la invasión masiva de nuevas tecnologías de comunicación, transforman radicalmente la enseñanza universitaria. Superando las dificultades presentes debemos participar en el cambio apasionadamente, pues, como decía Saint-Simon poco antes de morir: "Recordad que para hacer una cosa grande es necesario ser apasionado".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.