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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Homenaje y reparación a Manuel de Falla

No había otro programa más adecuado para reinaugurar el Teatro Real: Manuel de Falla con su única ópera -La vida breve- y el ballet que une los nombres de Falla y Picasso, El sombrero de tres picos. Además de las intrínsecas razones musicales había otra de tipo moral: la deuda histórica del Real para con don Manuel. Todo ello cede en iniportancia a lo principal: la música de Falla goza hoy de máxima fama y popularidad: El sombrero de trespicos bate los récords en número de ejecuciones y La vida breve se mantiene con normalidad en los carteles de cualquier coliseo lírico a la vez que se escucha cientos, miles de veces en la versión de concierto.Pero vamos a lo de anoche. Sin necesidad de triunfalismos inconvenientes hay que anotar una buena representación de La vida breve y una acogida totalmente entusiasta por parte del público especialísimo de las funciones-acontecimientos. Del nivel medio, verdaderamente plausible, destacaría dos nombres sobre los demás: la admirable soprano María José Montiel que llenó de inteligencia, de pasión y de buen cantar el personaje de Salud y el de Francisco Nieva que ha exprimido las posibilidades teatrales de una obra más atenta a los sentimientos que a las acciones, antes perseguidora del gesto, la actitud y el matiz psicológico que de las pasiones encendidas y conminatorias de la acción.

La vida breve y El sombrero de tres picos

Director musical: García Navarro. Director escénico: F. Nieva. Orquesta Nacional y Orfeón Donostiarra. Madrid, 11 de octubre. Teatro Real.

Sobre unos escenarios realistas y mágicos de José Hernández que parecen corporeizar viejos grabados románticos, Nieva ha sabido traducir la pena y la llama del amor triste y sin mañana y al mismo tiempo, evidenciar la presencia del pueblo angustiado en su tarea y enfrentado en sus diferencias sociales. Algo más difícil: el verismo de La vida breve se suma a las significaciones de lo jondo y ello de manera tan viva que, salvo alguna pasajera alusión, no precisó Falla de practicar pintoresquismo alguno, limitándose a partir de las raíces del cante primitivo andaluz como sustancia de su creación.

Con la admirable Montiel estaba Jaime Aragall en Paco, el señorito engañador; Alicia Nafé, excelente en la abuela; Alfonso Echeverría en el tío Sarvaó a punto de solucionar el problema a golpe de navaja; Manuel Cid, en la importante voz de la fragua y Vicente Sardinero en Manuel. Todos ellos son personajes de no demasiada consistencia, satélites en torno a la tierna gitanilla del Albaicín desdichada y muerta de amor.

Bien los conjuntos y las danzas, el Orfeón Donostiarra y la Orquesta Nacional y muy expresiva -a veces con exceso-, la batuta de García Navarro, que llevó igualmente con seguridad. Esta partitura crece de valor si se escucha con los decorados y trajes de Picasso a la, vista, pues parecen decidirlo todo en la versión musical o en la coreográfica de Antonio Ruiz.

Sin desmerecer a nadie, el campeón fue el Molinero, o sea Antonio Márquez, un bailarín con raza, gracia y estilo que vierte con naturalidad el vino de los odres viejos en los nuevos.

El Teatro Real está en marcha. Sólo falta lo principal y más difícil: continuar, configurarlo en su personalidad propia y a la altura de los tiempos que vivimos. La programación de la primera temporada, esencialmente la diseñada por Lissner, encierra interés. Debe ser tomada como punto de partida para avanzar en varias direcciones y nunca para intentar pasos atrás.

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