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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una tarde con Aznar

EL OBJETIVO de la reunión de más de cuatro horas mantenida ayer por el presidente del Gobierno, José María Aznar, y el de la Generalitat, Jordi Pujol, no podía ser más claro: ofrecer una imagen de estabilidad y evitar así que algunos signos de incertidumbre política pudieran minar la excelente marcha de la economía española. La cita del 1 de enero de 1999, momento en que deben fijarse definitivamente las paridades de las monedas europeas elegidas en mayo de 1998 para formar el euro, se ha convertido en la nueva referencia de calendario. Hasta ahora, en cambio, la fecha que se manejaba como límite político al actual pacto entre Pujol y Aznar era la de ese examen de mayo de 1998. Desde las filas del nacionalismo catalán se filtraba incluso que la aprobación de los Presupuestos de 1998 podía dejar las manos libres a CiU desde ahora mismo, abriendo así las puertas a la eventualidad de elecciones anticipadas en Cataluña y en el conjunto de España.La posibilidad de un adelanto por parte de Aznar es muy escasa ahora: por el efecto Jospin, agravado aquí por el escaso margen que dan los sondeos al PP, pese a la excelente coyuntura económica. Seguramente, los estrategas de La Moncloa piensan que necesitan tiempo para que los ciudadanos perciban en sus economías domésticas esa mejora. Pero la alta valoración de Almunia en las encuestas indica al mismo tiempo que los socialistas han superado los riesgos asociados a la sucesión de Felipe González. Son probablemente esos datos sobre Almunia los que han aconsejado a su antecesor a anunciar en Galicia que no volverá a ser candidato. La enorme losa de los escándalos que desalojó a los socialistas del Gobierno no ha conseguido mantenerlos aplastados en la oposición como hubieran deseado sus adversarios.

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Pujol garantiza a Aznar la estabilidad del Gobierno hasta enero de 1999

En cuanto a los Presupuestos, que traducen el pacto entre el PP y los nacionalistas catalanes, parece evidente que no hay especial satisfacción en Convergència i Unió: por la forma en que negoció el Gobierno y por su contenido, que deja flecos pendientes en sanidad e inversiones. El contrapunto de un PNV que apoya menos pero recibe más, incluso en trato y consideración por parte de Aznar, ha contribuido también a sembrar el descontento en las filas de CiU, en las que ha ido ganando espacio la idea de que debe gobernar en Cataluña sin dependencia de ninguna clase respecto al PP. Hasta el punto de que ha terminado por convertirse en convicción muy extendida la necesidad de un frente nacionalista con Esquerra Republicana.

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A pesar de su incomodidad, la idea que Pujol ha querido transmitir para el próximo año es doble: por una parte, debe haber estabilidad, y por la otra, es imprescindible sentar las bases de un acuerdo con el PP distinto al modelo actual y quizá más próximo a la media distancia vasca. Estabilidad habrá, a menos que vuelvan a repetirse episodios de nostalgia predemocrática en las filas del PP suficientemente ofensivos para CiU. En cuanto a un nuevo acuerdo, con nuevos techos de autonomía financiera y más competencias, es difícil que se produzca, entre otras razones porque debería conducir a la aprobación de los Presupuestos de 1999, los terceros del PP, pero entonces ya en vísperas mucho más seguras de unas elecciones catalanas ligeramente anticipadas. La estabilidad puede ir acompañada así de la progresiva escenificación de una ruptura, en la que tal vez Pujol juegue a radicalizar su mensaje nacionalista. Todo esto es para Aznar agua de mayo, porque significa un año más de gracia para una frágil mayoría y para una todavía más frágil imagen presidencial.

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