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Los creativos desencantos de un detective

Hablar, vivir con Muriel era un duro ejercicio de gimnasia ideológica. Más a menudo de lo deseado, incluso antes de hacer el amor, tenían que comentar el último texto político. Pepe estaba harto. Harto de Muriel, de Barcelona, de España, de todo. Atrapado en uno de sus primeros desencantos, tras la euforia de los sesenta, Carvalho se largó a Estados Unidos para dar clases de español en una academia, pero casi sin darse cuenta estaba trabajando como agente de la CIA: "Matar seres humanos auténticos requería una destreza más psicológica que manual", aprendió.Manuel Vázquez Montalbán publicó Yo maté a Kennedy en 1972. La primera novela protagonizada por el detective planteaba, en clave de acción, las mismas inquietudes políticas, éticas y estéticas contenidas en el Manifiesto subnormal. Desapercibida por los lectores y despreciada por los críticos, Manolo reivindicó la novela policiaca como herramienta para explicar nuestros tiempos. En Yo maté a Kennedy arremetió el escritor contra ese tipo de intelectuales que se adueña de la cultura. Y en eso siguen Montalbán y Carvalho.

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El detective que nació, por una apuesta, en 1972, volvió a la España que empezaba todos los cambios, en 1974, con Tatuaje, considerada por casi todo el mundo como la primera novela de la serie. Regresó cargado de toda la desesperanza posible. Su vida se convierte en una mera cuestión de supervivencia. "El sexo y la gastronomía es lo más serio que hay", dice el detective, que se define como "ex marxista, ex policía y gastrónomo". Y empieza a quemar libros: el primero, España como problema, de Pedro Laín Entralgo.

Y a partir de ahí, un montón de historias, desde La soledad del manager a El premio... Bromuro muere, Charo se va. Carvalho parece cada vez más cansado, triste, preocupado por su cuenta bancaria, menos interesado por el proceso de investigación, siempre entre la búsqueda y la huida. "Los detectives privados son como la moral establecida", le dice un día a Biscuter. "Esta sociedad está podrida, no cree en nada". No importa. A tantos y tantos lectores que han crecido y envejecido con Carvalho no les arredra su desmoronamiento imparable. Confían en que El quinteto de Buenos Aires no sea su penúltima novela, ni siquiera la antepenúltima.

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