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Por un Estado palestino

Emilio Menéndez del Valle

Tradicionalmente se ha sostenido que el día en que los palestinos lograran hacer realidad su sueño de un Estado independiente serían, entre los árabes, un ejemplo de celo democrático. Un sector de opinión siempre se ha referido a ellos como los judíos del mundo árabe. Así se pretendía singularizar la aportación que en su momento harían para plasmar en su propia sociedad las recetas de la ciencia política europea. Ejercida la libre determinación, los palestinos serían punto de referencia en un área cultural poco significada por la primacía del respeto a los derechos individuales y colectivos.Conocemos todos el curso de los acontecimientos desde las esperanzas suscitadas por la Conferencia de Paz de Madrid y los Acuerdos de Oslo. Los avatares y sinsabores de los últimos tiempos. La indignación y el miedo. El terrorismo y el contraterrorismo. El odio. A la postre, la desesperanza.

Hay en el conflicto medio-oriental tres principales actores implicados: los palestinos, Israel y Estados Unidos. Los primeros exigen pasar de los diversos bantustanes a que ahora están reducidos a la estatalidad. La anterior Administración israelí, laborista, puso en marcha el proceso. Benjamín Netanyahu lo ha truncado. No veo otra manera de salir de la espiral de violencia y rencor que propulsando la creación de un Estado palestino. La Unión Europea (UE) ya lo ha manifestado. Ojalá quisiera y supiera tener mayor presencia.

Un Estado palestino supondría ventajas para todos, israelíes incluidos. Y, desde luego, para los palestinos, cuya condición sociopolítica es hoy extremadamente sui géneris. A la Autoridad Palestina se le achaca desde hábitos autoritarios hasta corrupción. Como ha recordado Uri Avnery, tales comportamientos hallan adecuado caldo de cultivo en una situación como la actual, en la que la OLP ya no es propiamente un movimiento de liberación nacional pero tampoco existe un Estado. No suele haber democracia en los movimientos de liberación, mientras que sí la puede haber en un Estado que lo pretenda. En cualquier caso, la democracia se construye más fácilmente en situaciones estables. Y con estabilidad no me refiero a la paz de las cárceles.

Y hablando de estabilidad, la que proporcionaría la estatalidad palestina beneficiaría a Israel. Un vecino estable y, al menos, relativamente satisfecho supondría una eficaz garantía para la seguridad del Estado judío y abriría paso a genuinas relaciones con los demás Estados árabes e islámicos, hoy prácticamente inexistentes. De Estado a Estado se reivindica mejor lo que se considera un agravio, incluso el que inflige Hamás, cuya creación, por cierto, fue propiciada por Israel para contrarrestar la creciente implantación de la OLP. Cría cuervos... Por otro lado, y como apunta Edward Said, no se puede esperar que un pueblo sin Estado, sin derechos y sin esperanza actúe como los diplomáticos que se sientan en una sala de conferencias para hablar de posibles escenarios y de medidas de confianza.

No detento la exclusividad de la racionalidad de los argumentos que apunto, que felizmente son defendidos por importantes núcleos de opinión en Israel y en Estados Unidos. Así, The Washington Post -que no se caracteriza por la defensa de posiciones extremas- ha publicado recientemente un par de editoriales a favor de un Estado palestino. En ellos señala la contradicción que supone que la Administración norteamericana pida a Israel que haga concesiones, a cambio de las cuales le promete lo que más ansía: la seguridad. A los palestinos exige lo mismo, pero sin prometerles lo que para ellos es más querido: su propio Estado. Ello ha originado que diversas autoridades manifiesten que Washington ha renunciado a la responsabilidad política y moral de ser el impulsor imparcial en el proceso de paz. Salte a la vista que -salvo que rectifiquen- EE UU no puede ejercer simultáneamente el papel de mediador imparcial y protector de Israel. La UE debería pilotar la causa de la estabilidad palestina.

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