Desfile de corazones
La valoración social de corazones y alcobas y rupturas viscerales ha dado varios pasos adelante (el salto cualitativo, que decían antes los doctrinarios) durante este verano de 1997. Ni las televisiones ni las revistas han parado. Aquí no ha habido suplencias ni interinidades. A todo trapo, mejor que a toda vela, todas y cada una de las reinas de corazones han desfilado por los apartamentos, hoteles, chalés y tertulias al aire libre de las cafeterías y de las playas de la alegre y espaciosa España. Las reinas exquisitas, pero también las reinonas, las reinuchas, las reinecitas, las aspirantes a reina, y con ellas los príncipes consortes: los príncipes, los principitos, los principillos y los principuchos, también con sus aspirantes respectivos.Programas televisivos de cuatro horas, cuchés renovados en un mes en el que oficialmente no pasa nada, las radios quebrando el sopor con la noticia del último lance de la reina Mar: éste ha sido el verano español. Un desfile de corazones de la nueva sangre azul, una apoteosis de labios y cuerpos que laboran incesantes bajo la compulsiva atención de los paparazzi o... de los fotógrafos contratados al efecto. Entre el
fútbol y los corazones, aquí, reconózcanlo, no hay quien se aburra.
Todo lo demás tiene poca importancia. El uno por ciento nos para las pensiones o los planes de estudios con que el ministerio de Educación quiere reforzar las humanidades. Pero la vida es una tómbola de corazones, a ver qué profesor es capaz de que los hicos se tomen en serio a Romeo y Julieta, tan antiguos, tan secretos, tan bobitos. Señores, venga alegría, que cantaba Mary Santpere, vengan, vengan corazones, donjuanes redivivos,
clamorosas ninfómanas, ardientes otoñales que se niegan al otoño.Venga alegría de tele y papel cuché. Las revistas agotan sus tiradas y los analistas, que los hay, escrutan el porvenir de los enamorados del tubo catódico y señalan antecedentes y consecuentes. Oficiantes de augures exhiben sus artes en público; cualquier día abren en canal a las palomas para que todo sea más real. Como diría el cínico, se ve que hay afición por la literatura, aunque a lo mejor la cursiva sobra porque, como señalan conspicuos sociólogos y algunos ilustres escritores, éstas son las nuevas novelas por entregas.
¿Cabe algo más apasionante? ¿Qué podrá vencer en intensidad a la aventura de esa reina subyugada por un conde o marqués verdadero a quien se la ve besándose con un aguerrido y multimillonario futbolista por los mismos días que proclama su amor al conde o marqués en los obligados semanarios? Hasta los periódicos serios se encuentran en la obligación de reflejar esta actualidad cambiante, poliédrica, desconcertante, acumulada y siempre renovada. Porque las reinas y los príncipes (estas reinas y estos príncipes) no paran y, por tanto, la intriga está asegurada. ¿El final? Seguramente no hay final. La obra no es abierta, como especuló el teórico: es que es la apertura misma. Porque el final se produce cada semana, pero es un final fingido, cuando un príncipe o una reina hacen un inesperado movimiento, fotógrafo mejante, y el tablero queda heho unos zorros y hay que emezar otra vez. Mejor que meor. La semana que viene, más.O mejor, el día siguiente.
La guinda trágica la ha puesto la desgraciada muerte e Diana de Gales. Era la diosa suprema del cuché, la indisutida reina de corazones. Le han querido
endosar su desdihado fina los paparazzi, a los que ella tanto buscó, hasta en sus últimos lances amorosos. Con rara intuición se convirtió en una dama desamorada/ enamorada, que hacía obras de caridad a la moderna, esto es, con los fotógrafos y las cámaras de televisión grabando su saludo a los pobres de este mundo. Reina mediática de corazones. Era bella, rubia, elegante como una princesa modernista. Ha convertido la aldea global en la revista rosa global. La hazaña merece ser anotada. Ésta es su significación. Ni iconoclasta, ni caritativa. Viva la trivialidad, todo sea por la trivialidad. El mito está asegurado. O el submito, que quizá esto último sea más exacto. Nuestra época, por lo visto -y bien visto-, no da para más.
Entre el fútbol y los corazones, aquí, reconózcanlo, no hay quien se aburra
Babelia
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