Tentación golpista
La escenificación de la tragedia argelina parece irse desarrollando conforme a lo que algunos no dudan en llamar "plan maquiavélico". El Gobierno, incapaz de prevenir los sangrientos zarpazos de las últimas semanas, ha perdido la batalla contra el terrorismo. Los partidos políticos en su conjunto se encuentran desconcertados. La población, aterrorizada, no tiene a quién acudir. Cada vez surge con más nitidez el espectro de los militares como única solución. El escenario ha sido bien estudiado.Vuelve el recuerdo de los eslóganes revolucionarios de la Argelia antiimperialista: "Ejército pueblo, machacad a la reacción". El Ejército argelino, que siempre supo parapetarse discretamente detrás de las bambalinas, se prepara para entrar en escena. Un sector mayoritario de la cúpula militar -con el ministro de Defensa, general Mohamed Lammari, en cabeza- se supone que es partidario de una intervención directa en la crisis. La forma es bien conocida: suspensión de la Constitución, estado de excepción, patrullas militares por doquier. Los carros de combate calientan motores. En una primera etapa, la población se sentiría aliviada y el terrorismo probablemente se vería obligado a cambiar de táctica.
Sin embargo, el generelato no es unánime en la decisión golpista. Un sector más político que cuenta con generales de la talla de Ahmed Derradji y Mohamed Mediene, el patrón de los servicios de espionaje militares, quiere llevar la experiencia negociadora hasta el final. Y en ello apoyan al presidente-general Liamín Zerual. Sin embargo, los márgenes para la solución política son cada vez más estrechos.
El país está dividido en seis regiones militares, herederas de las formaciones guerrilleras que consiguieron la independencia en 1962. Tanto el presidente como el ministro de Defensa, como el jefe del Estado Mayor, tienen que someterse al plenario de la jerarquía. Las últimas matanzas están haciendo ganar terreno a los partidarios de una "solución a la turca". Las dudas, si aún existen, no provienen de reservas morales ni de cálculos políticos internos, sino de saber qué actitud adoptarán las capitales occidentales.
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