Woody Allen abre la Mostra con una audaz y brillantísima comedia introspectiva
El certamen vive con un nuevo director sus primeros síntomas de un cambio de rumbo
ENVIADO ESPECIAL La Mostra severa liberada del mercado de intrigas y de poderes en que se había metido en los últimos años, anunciada por su nuevo director, Felice Laudadio, comenzó anoche en el Palazzo del Lido con la proyección de la última entrega del fascinante culebrón con que Woody Allen está convirtiendo en espectáculo universal su vida íntima. Deconstructing Harry lleva al delirio el modelo de película introspectiva, al mismo tiempo desternillante y trágica, que Allen inició en la zona de preludio de su tormenta familiar con la actriz Mia Farrow.
A partir de ahí se abrió la plenitud de este cineasta total, que cada año regala una nueva obra que nos envuelve con su ingenio e inteligencia y nos descoloca con su libertad y audacia formales. Deconstructing Harry convierte esta vez la habitual introspección sarcástica e irónica de Woody Allen en una vertiginosa bajada al mismísimo infierno. Allen se desnuda esta vez a través del relato de composición muy compleja, llena de cruces de tiempos, personajes y situaciones de la angustia de un escritor neoyorquino, que interpreta él mismo, que es él mismo y que, atrapado por la irrupción en su vida cotidiana de una fulminante y tumultuosa triple crisis (creativa, familiar y sexual), entra en una vertiginosa indagación de su derrumbe íntimo, que le dispara a una serie ingeniosísima de concatenaciones de pequeñas aventuras que, por acumulación, van engordando una aventura existencial mayor, de gran calibre, simultáneamente desoladora y desternillante, diáfana y enrevesada, suya y nuestra.No hace falta decir que, desde la butaca, Deconstructing Harry se devora, pues en ella descubrimos, una vez más, el magnético talento de este excepcional cineasta, absolutamente de ahora y cada vez más de siempre, más clásico. En esta ocasión, Allen no se esconde detrás de chistes localistas, de guiños de rey y bufón de Manhattan, las tres grandes fuentes del pasado cinematográfico de las que bebe su cine: la comedia loca del Hollywood de los años treinta y cuarenta, los claroscuros del expresionismo centroeuropeo y ese islote del movimiento surrealista que sobrevive en la obra no erosionada, sino consolidada cada vez más por el paso del tiempo de Luis Buñuel.
Progresión
Desde el comienzo de su carrera, hubo siempre en el cine de Woody Allen brotes de arrolladora inteligencia y gracia. Pero, por lo general, sólo brotes, pues no siempre su entendimiento de las personas y de sí mismo venía acompañado de un pleno dominio de la escritura y la composición del filme, en el que eran perceptibles frecuentes balbuceos de estilo, algunas arritmias, bastantes tomas fáciles o convencionales, búsquedas a las que se notaba que lo eran e imprecisiones en la distribución de los tiempos en las escenas. Pero de Delitos y faltas y, sobre todo, de Maridos y mujeres, que presagian la tormenta familiar que se le avecinaba, surgieron a bote pronto las formidables y ya formalmente perfectas Misterioso asesinato en Manhattan y Balas sobre Broadway.
Es decir, la plenitud que ha convertido en siete años a Woody Allen en uno de los grandes del cine de todos los tiempos, refugiado en una pequeña factoría neoyorquina para la que hay tortas por asomar las caras por parte de estrellas de gran relumbrón, aunque sólo sea para meter allí la nariz en personajes de paso o simplemente episódicos. Y así, en Deconstructing Harry contamos nada menos que con las presencias fugaces de Demi Moore y Robin Williams, éste además en un permanente y graciosísimo fuera de foco, lo que deja por los suelos su fama de vanidoso histrión chupaplanos, que da gloria verlos sin su aura de divos a que nos han acostumbrado las mediocres películas que suelen protagonizar.
Un buen, impagable, arranque de esta Mostra severa, giro en redondo del decano de los festivales de cine que se propone dar en los próximos años Felice Laudadio, ensayista, guionista, crítico, organizador de festivales marginales e intelectual de la izquierda italiana que proclama su total independencia de todos los partidos políticos. Es un personaje reconocido en los medios del cine italiano por su alta profesionalidad; y que fuera de ellos tiene un lugar propio en las páginas rosas de la prensa, a causa de sus correrías sentimentales con las bellas y severas Ingrid Thulin, Mariangela Melato, Carla Gravina y otras famosas actrices, además de la directora alemana Margaret von Trotta. Todas ellas mujeres guapas con fama de sublevadas, de inconformistas y de libres a todo riesgo,
Ayer le preguntaron aquí a este nuevo jefazo de la Mostra por qué esta predilección suya por señoras tan inteligentes: "Porque yo también lo soy", contestó. En cualquier caso, aparte de una buena dosis de autoestima, Laudadio trae ideas nuevas, incluso con cierto aire rupturista, para intentar sacar del callejón sin salida en que se había metido últimamente a este venerable y adorable festival. Sólo queda esperar que su inteligencia para elegir compañeras inteligentes se note también en este nuevo idilio suyo, que anoche comenzó en el Lido de Venecia.
Hay otros indicios de que esa aludida severidad no es un afán de Laudadio por distinguirse y fabricarse una imagen propia al frente de la Mostra. Y el más evidente de estos síntomas es el barrido de astros y asteroides que tuvo lugar anoche en la gala de la sesión inaugural. Lo acostumbrado era que una jauría de hambrientos de escaparate luciera el brillo de las fundas de los dientes y sus mejores modelitos en esta codiciada pasarela. Pero anoche, aparte de algunos rostros conocidos que están aquí porque participan en el festival, como Elisabeth Shue y Willem Dafoe, los focos buscaron a tres históricos del cine. Dos de ellos, la veterana actriz italiana Alida Valli, protagonista de El tercer hombre, y el actor francés Gérard Depardieu, fueron convocados para recibir un León de Oro a la totalidad de su carrera.
El tercero, Michelangelo Antonioni, un anciano que apenas puede ya valerse por sí mismo, fue llevado a Venecia para que recibiera de manos de la actriz francesa Carole Bouquet una copia exacta del León de Oro que ganó en 1964 por El desierto rojo, que le robaron de su apartamento de Roma.
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